sábado, 9 de agosto de 2008

Una generación de criminales

¿Una generación de criminales
o de ideólogos equivocados?
por Alvaro Kröger



Hace más de treinta y cinco años, chocaron dos corrientes ideológicamente patológicas latinoamericanas que están carnalmente relacionadas por originarse en el concepto de que la violencia puede cumplir una función depuradora. Una, la de los revolucionarios de izquierda que, inspirándose en ideologías mesiánicas europeas, nacidas en la Revolución Francesa y luego en los comuneros de 1848 con también una larga tradición de bandolerismo guerrillero varonil corso, fantaseaban con destruir todo de una vez para construir una realidad mejor.

Aquel concepto se estrelló contra otro de personas persuadidas de que lo que sus sociedades necesitaban para abrirse camino en un mundo que las dejaban inexorablemente atrás, era una buena dosis de disciplina militar y la eliminación física de los reacios a tolerarla. Dichos conceptos se retroalimentaron mutuamente. La presencia en tantos países de un sector militarista sirvió para estimular a los revolucionarios a actos de extrema violencia, mientras que los crímenes perpetrados por éstos dieron a sus enemigos pretextos convincentes para alzarse con el poder sin mayores problemas. Atrapada entre las alternativas así supuestas, casi toda América latina cayó en manos de una generación de criminales o de locos mesiánicos.

Puesto que tantos creían que, como decía Mao en su Libro Rojo, en el Tercer Mundo por lo menos el poder nace del fusil, (pero lo que Mao astutamente no dijo que el poder siempre nace de la punta de un arma) fue tal vez inevitable que en aquellos tiempos buena parte de la región terminaría gobernada por dictaduras cívico-militares cuyo poder de fuego era muy superior a aquel de los revolucionarios, su organización mucho más perfeccionada y sus servicios de inteligencia mucho más desarrollados. Aunque la encabezada por Augusto Pinochet no fue la peor de tales dictaduras, le tocó al general chileno erigirse en el tirano derechista más emblemático del medio siglo último tal y como el "comandante" cubano Fidel Castro desempeñaría el mismo papel para la izquierda. Al menos al Gral. Pinochet podemos atribuirle la imposición de un sistema económico que funciona de forma excelente y mejora cada día más. Al crápula diverticulítico caribeño se le puede atribuir la destrucción sistemática de un pueblo.

Al morir Pinochet a los 91 años, la mayoría incluso de los conservadores de Europa, Estados Unidos y América latina coincidieron en que se había tratado de un sujeto cruel y corrupto y como el poder absoluto corrompe absolutamente la corrupción de su régimen fue mayúscula, pero hay que reconocerle que dejo a un Chile encaminado hacia la apertura al mundo.

Pronto Castro lo seguirá al más allá (este crápula ¿tendrá un más allá?), pero es de prever que cuando lo haga los comentarios sean un tanto más respetuosos por parte de sus acólitos, sus súbditos, sus descerebrados seguidores; seguramente mis comentarios no serán muy respetuosos. Sucede que si bien los partidarios del capitalismo liberal, con el que para sorpresa de muchos Pinochet se comprometió, han triunfado hasta tal punto que manejan la economía en todos los países significantes y la izquierda marxisante ha ganado la guerra cultural, es lamentable reconocerlo, pero es así: la mayoría de los intelectuales son zurdos convencidos, pero viven bajo el bienestar de las políticas neoliberales. Así pues, no provoca escándalo que alguien reivindique la sanguinaria revolución cubana aludiendo a las mejoras sanitarias y educativas atribuidas al régimen resultante (pero se cuidan mucho de decir cómo vive el pueblo, porque ni se lo preguntan), pero sólo merecen desprecio los que dicen que la dictadura pinochetista contribuyó a hacer de Chile una democracia vibrante con lo que, a pesar de las muchas lacras que persisten, es la economía más exitosa de toda América latina.

A diferencia de Videla, Massera, Galtieri & Cía., en su propio país Pinochet aún cuenta con muchos admiradores. En su opinión, sí fue el salvador de la Patria y el artífice del orden democrático actual. Así y todo, escasean los que quisieran que se celebrara una nueva masacre de los opositores y, lo mismo que sus equivalentes de otras latitudes, con pocas excepciones los partidarios de la izquierda extrema se conforman con exhibir los símbolos de su culto –banderas rojas y efigies del Che Guevara– y manifestar el odio que sienten por el dictador fallecido sin por eso pensar en intentar reeditar sus hazañas. Para los más, Pinochet ya es historia y la revolución un fenómeno entre cultural y comercial.

Pinochet no poseía el carisma de Castro. Su imagen es la de un soldado adusto de pocas palabras, pero al igual que su homólogo cubano tenía sus pretensiones intelectuales. Entre los libros de su autoría se encuentra "Geopolítica de Chile" en que nos aseguró que "los dolicocéfalos rubios producen filósofos, pensadores, artistas", etcétera, razón por la que son superiores a "los braquicéfalos céltico-eslavos", un juicio que es un tanto extraño ya que los antepasados de Pinochet incluyen a bretones, un pueblo que se enorgullece de su presunto origen celta. Es que Pinochet fue un estudioso de la "Rassenkunde", o sea, "ciencia racial", alemana que floreció con los nazis y por lo tanto luego de su derrota se desprestigiaría por completo. Aunque no era exactamente un nazi, no dejó pasar ninguna oportunidad para ensalzar el viejo ejército alemán y compararlo con la legión de pelilargos fofos de sexualidad ambigua que según él lo sucedió. Podría argüirse que la tradición representada por Castro está en verdad tan desacreditada como la favorecida por Pinochet, pero pese a los desastres inverosímiles que ha provocado el marxismo militante todavía tiene muchos adherentes en círculos intelectuales, de suerte que las declaraciones del caribeño no suelen motivar la misma extrañeza.

Pinochet acaba de irse y Castro está al borde de la muerte, si es que ya no lo traspasó. ¿Serán los últimos de su especie o es que, con la excepción de Cuba, América latina está asistiendo a una suerte de entreacto en que los pueblos que la integran se han resignado a la democracia porque hasta ahora nadie ha conseguido persuadir a los descontentos de que les convendría probar una receta más potente? Por fortuna, el optimismo parece justificado. Si bien no cabe duda de que abundan, y hasta demasiado, los que sienten nostalgia por la violencia, por lo general se limitan a expresarla de forma teatral pero molesta. Es lo que hacen los piqueteros cuando marchan por las calles de Buenos Aires ataviados como yihadistas árabes y portando palos. En la Argentina, donde la dictadura fue aún más cruel que en Chile, el temor a la violencia es tal que el gobierno ha optado por dejar que los revoltosos se apropien de los lugares públicos con la presunta esperanza de que andando el tiempo entiendan que sus actividades no les sirven para nada. En otras partes de la región, las autoridades suelen actuar con mayor contundencia y en Colombia guerrilleros aliados con narcotraficantes se resisten a entrar en el tercer milenio, pero en términos generales América latina parece mucho más tranquila que en cualquier otra época.

Claro, esta situación promisoria podría cambiar si llegara a su fin el crecimiento económico que se ha visto facilitado más por un boom internacional impresionante que por reformas internas, si el dictador Chávez tomara demasiado en serio la aspiración de propagar por doquier su "socialismo del siglo XXI", la Biblia y el calefón, y si Bolivia se desgarrara en una guerra de secesión, que no parece demasiado utópica, tales peligros existen, pero por ahora no parece probable que los militares recaigan en el error de suponerse obligados a desplazar a los "políticos civiles" toda vez que ellos protagonizan un fracaso. Es, pues legítimo confiar en que Pinochet no tendrá sucesores. Es decir en Chile, porque el dictador venezolano es un militar golpista de la década de los '90, y ha actuado y actúa bajo un régimen de terror generalizado; el asunto es que como está en la zona marxista intelectualoide y es apadrinado por el viejo crápula cubano, hay muchísimas cosas que no se dicen. Baste recordar la demoledora represalia contra los partidos de oposición, el uso indiscriminado de prebendas a sus seguidores y la famosa "lista negra" de los que se animaron a firmar para el plebiscito revocatorio.

¿Y Castro? Aunque Chávez se supone su heredero y a menudo habla como si se imaginara destinado a liderar una gran guerra continental (sueño incumplido de todo marxista), contra el maligno "imperio" de George W. Bush, lo que ha hecho en Venezuela no se asemeja en absoluto a la revolución cubana. Que se sepa, Chávez no ha ordenado fusilar a ningún opositor y no existen campos de concentración para quienes se niegan a compartir sus ideas, no simplemente mueren de algo, o no pueden conseguir trabajo o les cierran sus fábricas o les ocupan sus tierras o les confiscan sus negocios.....no, no hay campos de concentración, Venezuela es un enorme campo de concentración. Tampoco ha intentado transformar Venezuela en un paraíso colectivista hasta el 10 de enero, luego de ese día se colectivizará todo. La prensa venezolana puede criticarlo, si está bien vestido o no , si el traje de Armani de U$S 5000 es del color adecuado, o si el modelo de su nuevo auto es lindo o más o menos.

Es un autoritario cuyos seguidores incluyen a muchos matones, pero no aparenta ser un asesino como Castro o Guevara que esté dispuesto a matar por motivos meramente ideológicos, al menos Castro o Guevara tenían la valentía de enfrentar esas acusaciones, este cobarde mono bananero manda a sus matones a hacer lo que el Che hacía personalmente.

Luego de su reciente triunfo electoral Chávez decidió intensificar sus esfuerzos revolucionarios hasta el colmo de querer cambiar nuevamente el nombre de su país, y es una pésima noticia tanto para sus compatriotas como para los demás latinoamericanos, y no es factible que siga limitándose a pronunciar las diatribas furibundas en que se basa su fama internacional y repartir subsidios entre sus aficionados. Intentará aumentar su influencia en Bolivia, para tratar de hacer una cabeza de puente hacia la cuenca del Río Uruguay.

Lo mismo que Perón, Chávez, otro militar frustrado, representa la fusión de las dos corrientes que tanto han incidido en la evolución errática de América latina, y errática porque son de extrema izquierda para algunas cosas, y de extrema derecha para gobernar con mano de plomo a sus pueblos. En el fondo, el militarismo no es tan distinto del "guerrillerismo", por llamarlo de algún modo, de ahí el amor del civil Castro y sus partidarios por los uniformes militares llenos de alamares y condecoraciones por actos jamás efectuados.

El iluso concepto de que en esta parte del mundo el progreso debería ser impulsado por la violencia tiene raíces profundas y está entre las causas de su atraso en un mundo en el que las sociedades más avanzadas son precisamente aquellas que disfrutan de más libertad y tolerancia, lo que conlleva a un mayor desarrollo tanto nacional como personal. A juicio de algunos, Pinochet demostró que esto no es cierto porque, dicen, fue gracias a él que Chile pudo emprender un rumbo que lo llevaría a la prosperidad relativa y convivencia democrática que hoy en día disfruta, pero a lo sumo se trata de una verdad a medias ya que la consolidación del "modelo" se produjo después de que Pinochet abandonara el poder. Pinochet lo que hizo fue poner las bases, los gobiernos posteriores (inteligentemente) no tocaron esas bases y empezaron a construir sobre ellas. En cuanto a la democracia, el que se haya establecido en virtualmente todos los países latinoamericanos en el mismo período significa que sería una exageración absurda atribuir su restauración en Chile nada más que a la generosidad o la sabiduría previsora del dictador.

Veremos si en Cuba pasa algo similar que en Chile; hecho que lo veo utópico, pero para ser coherente conmigo mismo, debo decirlo, ya que en éste artículo comparamos a ambos dictadores con puntos de vista sociales y económicos diametralmente opuestos.

No hay comentarios: