sábado, 9 de agosto de 2008

Este ferrocarril no pasará otra vez

Este ferrocarril no pasará otra vez
por Alvaro Kröger



Desde hace meses, un ferrocarril con sus motores encendidos está parado en la “Estación Uruguay”. La mayoría de los pasajeros que deambulan por la terminal desean subirse de una vez por todas a los vagones. Otros pasajeros, que son minoría pero gritan y patalean mucho, advierten a los de la mayoría que si se trepan a ese tren serán engullidos por un monstruo malévolo y temible. Mientras tanto, el maquinista del ferrocarril agita sus brazos invitando insistentemente a los pasajeros a ocupar los asientos que ya les ha reservado para iniciar el viaje. Les dice que se apresuren a subir porque, aunque siga detenido por un tiempo más en la “Estación Uruguay”, llegará el día en que el ferrocarril partirá.

El ferrocarril es, claro, el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos y Uruguay. La mayoría de los “pasajeros” son, también, la mayoría de los uruguayos; la minoría que aúlla y se exalta son los grupos de la izquierda jurásica que co-gobierna el país junto con la izquierda moderna; y el maquinista es el gobierno de los Estados Unidos.

Durante los próximos meses, el gobierno y la sociedad uruguayas habrán llegado a la cruz de los caminos. Tendrán que decidir si quieren o no el TLC. Tendrán que decidir si quieren o no subirse al tren. Y esa decisión, tanto si es a favor como si es en contra, tiene la potencialidad de marcar al país por décadas. Si es a favor, puede habilitar a Uruguay a dar un salto cualitativo hacia el progreso de una dimensión enorme. Como lo dijo a un periodista el ministro de Economía, Danilo Astori, sería “una cuestión estratégica y fundamental para que Uruguay ingrese en una etapa superior de evolución económica, tanto desde el punto de vista de las inversiones y del empleo como de la producción y el comercio”. Si es en contra, entonces el Uruguay quedaría, en el mejor de los casos, estancado respecto a sí mismo y retrocediendo y atrasándose con relación al resto del mundo. Se autocondenaría a la irrelevancia más absoluta, a una irremisible dependencia de lo que decidan otros —en especial, los “otros” que están más cerca y que, ya hemos visto, reservan su “hermandad” y “generosidad” únicamente para los discursos de las “cumbres”— y a una agonía lenta y triste, en un país que acentuaría sus ya graves problemas: cada vez más niños pobres, cada vez más jóvenes emigrantes, cada vez más familias desintegradas y cada vez más abuelos miserables porque no habría con qué pagarles sus pensiones.

Los caprichos de la historia son, a veces, muy curiosos. Durante su agitado gobierno (2000-2005), el presidente Jorge Batlle batalló sin pausa, pero también sin éxito, por un TLC con EEUU. Washington lo quería, pero no al costo de pelearse con Brasil. Y Brasil lo trancó. Ahora, el presidente socialista Tabaré Vázquez tiene al mismo gobierno de EEUU queriendo el mismo TLC, con la diferencia de que ya no le importa lo que opine Brasil. Washington lo quiere hacer de cualquier forma. ¿Por qué? ¿Porque el mercado uruguayo es muy atractivo? Obviamente, no. Simplemente, han cambiado las condiciones geopolíticas en la región, el mono bananero Chávez se ha vuelto una amenaza para EEUU y este país, que hace años procura un Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), tiene un evidente interés político en asociarse con un miembro del Mercosur, al que se integró hace poco el mesiánico y multimillonario dictador venezolano.

Planteado así, los que hacen retumbar sus voces desde las cavernas pueden esgrimir razones de “principios” para ponerse en contra. Sin embargo, razones políticas son también las que llevan al mono bananero Chávez a derramar sus petrodólares en las empresas fundidas del Uruguay. ¿Alguien puede pensar sensatamente que el dictador venezolano esté esperando algún retorno económico de las “inversiones” que ha hecho en una institución financiera en bancarrota, en los negocios ruinosos de ANCAP en Argentina o en el “proyecto sucro-alcoholero” de Artigas, que no tiene la más mínima chance de ser rentable algún día? Chávez “dona” ese dinero —y lo seguirá haciendo mientras pueda y quiera— a cambio de un retorno político. Por ejemplo, que Uruguay lo proponga y lo apoye para ingresar al Mercosur, cosa que ocurrió en una siniestra sesión de la Cámara de Representante, teniendo nosotros el dudoso privilegio de ser los únicos que tenemos aprobada la entrada de Venezuela al Mercosur ya que ni el "Parlamento" o "Congreso" venezolano lo ha hecho.

¿Y que “principios” pueden resistir a la evidencia de que Uruguay y todos los países democráticos quieran aumentar el comercio y las relaciones con China, a sabiendas de que allí hay una dictadura de partido único, sin las libertades más elementales de cualquier república democrática? ¿O es que los “principios” son válidos cuando se mira para un lado y no lo son cuando se mira para el otro?

Si se tratara de “principios”, como pretenden los que gritan, los negocios se truncarían siempre. Más con aquéllos regímenes liberticidas que defienden justamente ellos. Se ve que no se han enterado de la conversación que, a comienzos de julio, el presidente Lula, de Brasil, les contó a dos periodistas del diario “Financial Times” que había mantenido con sus colegas Chávez y Bush. “Yo sé que los discursos frecuentemente preocupan a la gente”, les dijo. “Pero un discurso es un discurso. Un día yo les hablé a Bush y a Chávez. Y dije esto: esta pelea entre ustedes es muy interesante, porque Venezuela depende casi exclusivamente de venderle su petróleo a Bush. De modo que podría parar de venderle petróleo y crearía una situación delicada para los EEUU. Bush podría parar de comprarle petróleo a Venezuela y también crearía una situación delicada. Pero ustedes siguen comprando y vendiendo”.

Los beneficios para Uruguay de acordar un TLC con EEUU son tan obvios que puede resultar cansador reiterarlos. Pero como los tiranosaurios, los velocirraptors y los pterodáctilos siguen existiendo en Uruguay, no hay más remedio que repetir que dos más dos son cuatro y no tres o seis. El 26 de enero pasado, James Nealon, el jefe de misión de la Embajada de EEUU en Montevideo, declaró que Uruguay exporta a su país “una enorme cantidad de carne que incluso sobrepasó con creces las 20.000 toneladas de cupo. El resto debe pagar 26% de arancel y de haber un TLC no existiría tal gravamen. Y esto es lo que estaría presente en la discusión”. Nealon recordó que “Estados Unidos cada día compra al resto del mundo más de 5.000 millones de dólares en bienes y servicios. ¡Cada día! Cinco mil millones de dólares es una cifra muy importante. Piense un momento en las exportaciones anuales de Uruguay, que fueron de 3.400 millones de dólares en 2005. Esto quiere decir que lo que Uruguay vende al exterior en un año es lo que EEUU compra al mundo en casi 17 horas”. El diplomático concluyó afirmando que si él fuera un productor uruguayo, “saldría corriendo a EEUU para concretar negocios”.

La eventual suscripción de un acuerdo de libre comercio con EEUU puede generar un impacto tan importante o, incluso, más trascendente aún que el económico. Teniendo la chance de ingresar al mercado más grande del mundo con las mayores facilidades para los productos más diversos, los uruguayos pueden experimentar una verdadera revolución cultural y lanzarse a emprendimientos que hoy ni siquiera imaginan, sepultados como están bajo el signo del “no se puede”. Miles y miles de uruguayos comunes y corrientes tendrían una ocasión abierta para imaginar y luego concretar negocios, que redundarían en su propia prosperidad y, por consiguiente, en la prosperidad general de la sociedad. Habría que trabajar, naturalmente, porque un TLC es apenas una oportunidad. Pero no más que lo que trabajan en el exterior los 400.000 uruguayos que fueron forzados a emigrar porque no encontraron empleos decentes aquí. En otras palabras: el Uruguay podría volver a ser —como lo fue a comienzos del siglo XX— un país de oportunidades, un país de ciudadanos emprendedores, un país de inmigración en lugar de una nación de emigrantes, un país optimista de cara al futuro en vez de esa sociedad gris en la que vivimos desde hace ya 60 años, un país que se parezca a Chile, a Nueva Zelanda o a Irlanda.

Han ocurrido dos cosas en Montevideo. Por un lado, llegaron a Uruguay para hablar específicamente sobre este tema Everett Eissenstat, director de Asuntos de las Américas en la Oficina del Representante Comercial de EEUU. Fue una visita de alto nivel, destinada a apurar una negociación cuya resolución no puede diferirse más allá de fin de año, puesto que la “vía rápida” (“fast track”) que el presidente Bush tiene a su disposición para hacer aprobar en el Congreso norteamericano acuerdos de libre comercio caduca indefectiblemente en julio del 2007. Al mismo tiempo, el Partido Comunista del Uruguay (PCU), que integra el gobierno del presidente Vázquez, llamó a una manifestación en la Plaza Libertad para repudiar a Eissenstat, a Bush, a los TLC’s, al “imperio” y a todo eso que ya se sabe que dice la izquierda retrógrada cada vez que convoca a un “acto de masas”.

Estuvieron, pues, escenificados los caminos que al Uruguay se le abren para su futuro. Uno representa la gran oportunidad de transformar en serio a este país, para que salga de la periferia e ingrese al mundo. El otro es el ancla que lo sentencia al atraso perpetuo.

Si en este contencioso los que están vociferando en la “Estación Uruguay” tienen éxito, el ferrocarril partirá y todos los pasajeros quedarán en el andén. Ellos, los vociferantes, cantarán victoria pero pronto la grisura y la depresión general los alcanzará. Y cuando eso ocurra, los vociferantes y los demás pasajeros —y sus hijos y sus nietos— habrán sido derrotados. Quizá hasta tengan la ocasión de ver cómo, cuando el dictador Castro acabe de morir, Cuba suscriba su TLC con EEUU. Entonces, ya será tarde para lamentarse sobre la leche derramada.

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