sábado, 9 de agosto de 2008

La recurrente soberanía del demonio

La recurrente soberanía del demonio
por Alvaro Kröger



¿Dónde puede haber evolución y dónde no, en lo concerniente a la condición humana? El malestar en la cultura, diagnosticado por Freud hace ya mucho tiempo, no es un pesar transitorio ni exclusivo de una época. La nuestra lo sufre tanto como cualquier otra. Las oscilaciones entre el apego a la ley -ley que impone el reconocimiento de un límite- y su desprecio brutal se advierte en todos lados. Alemania, sin ser un ejemplo exclusivo de esa oscilación, es al respecto, y por muchos motivos, un caso paradigmático.

El año pasado, hacia estos días, Alemania e Israel conmemoraron el 40º aniversario del establecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Sus cancilleres hicieron pública, en aquel momento, una admirable declaración conjunta. En ella consta que "Alemania reconoce que es su responsabilidad preservar la memoria del pasado y transmitirla a las generaciones sucesivas. Admite que es su responsabilidad también defender la existencia y la seguridad de Israel. La memoria del pasado será siempre piedra fundamental de las relaciones germano-israelíes."

Por si ello fuera poco, la vida judía ha renacido en la Alemania de posguerra. Hoy viven allí unos cien mil judíos que, en su mayoría, proceden del este europeo y de la antigua Unión Soviética. La próspera comunidad judía alemana es la tercera de Europa.

En el fondo, la memoria y la conciencia de la eterna dualidad del ser humano pueden entenderse como sinónimos. Recordar lo que pasó bien puede equivaler a prevenir lo que sucederá. Se trata de una misma vigilia. Los progresos logrados por las sociedades son, desde siempre y pese a todo, capaces de coexistir con expresiones que prueban la recurrente soberanía del Demonio. Alemania, en este sentido, no es una excepción.

"Körpenwelten, la fascinación de lo auténtico" fue el título de la muestra inaugurada en la ciudad de Mannheim a fines de 1997. Sus puertas permanecieron abiertas las 24 horas del día. Así lo exigió una demanda multitudinaria. Lo mismo ocurrió en Viena y luego en Bruselas y en Tokio. En 1998 ya había recibido siete millones y medio de visitantes y, hacia fines de 2005, diecisiete millones de personas en todo el mundo habían visitado la muestra. En Houston, donde se presentó en febrero de este año, volvió a despertar, al mismo tiempo, el interés del público y la controversia. El psicoanalista francés Charles Melman nos habla, a raíz de esa muestra, de un goce nuevo: la "necroscopia". Caracteriza a quienes buscan y encuentran el placer de la belleza en los recursos que proveen los cadáveres humanos. Me explico. Un anatomista de la Facultad de Medicina de Heidelberg, el doctor Günter von Hagens, creó una técnica sorprendente. Sumergiendo los cadáveres aún frescos en un baño de acetona se los pone a salvo de la putrefacción y permanecen como plastificados sin perder flexibilidad. Melman los describe así: "Resulta entonces posible imponerle posturas parecidas a las de la vida. Podemos admirar al corredor, al pensador, al gimnasta, al lanzador, a los jugadores de ajedrez, todos con una sorprendente autenticidad. A veces, estos cadáveres a salvo de la corrupción se muestran despellejados. Presentan su musculatura desnuda, soberbia. A menudo, una trepanación permite descubrir una parte del cerebro. La mejilla, parcialmente disecada, revela las inserciones musculares. También hay un cuerpo de mujer muy bello. De su vientre abierto sale descuidadamente un pequeño extremo de útero fecundado. Una luz suave ilumina el ambiente y propicia la contemplación".

Un nutrido y vistoso catálogo fundamenta y justifica la exposición. Renombrados profesores y académicos alemanes enfatizan en él la necesidad de difundir el saber anatómico, así como el goce estético que se obtiene al recorrer la muestra.

La muerte, como se ve, también ha sido desacralizada. La sepultura ya no es el destino ineludible de los cadáveres. Así como ayer en los campos se descubrió su rentabilidad industrial, hoy, en los salones posmodernos, se propicia el descubrimiento de su rentabilidad estética. Bien acondicionado, un difunto puede convertirse en obra de arte sin perder por ello su valor científico.

Ningún límite parece ya infranqueable. Se diría que lo imposible ha desaparecido, una vez más, del horizonte de nuestra cultura. "Una sociedad que llega a sentir placer ante el espectáculo de la muerte, escribe Melman, es cuanto menos, inquietante."


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Referencias: S.Freud, Ch.Melman, E.Fromm, R. Stüghenhoff

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