sábado, 9 de agosto de 2008

La arrogancia argentina de sentirse

La arrogancia argentina de sentirse
con "Un destino manifiesto"
por Alvaro Kröger



La Argentina es un país ciclotímico. Cuando se siente eufórico, pletórico de entusiasmo, cree estar a punto de recuperar un lugar en el "primer mundo", hazaña que celebra anticipadamente tomando prestado dinero en cantidades fenomenales, pero siempre termina rompiéndose las guampas contra el muro; cuando todo le parece sombrío se consuela asegurándose de que por lo menos ha asumido su destino latinoamericano, o su "destino manifiesto", que en adelante será mucho más auténtico, más fiel a sí mismo, de lo que era en los tiempos en que estaba llena de ilusiones absurdas, achacadas obviamente al gobierno anterior. No sorprende en absoluto, pues, que el espectacular colapso económico e institucional de fines de 2001 se haya visto seguido por una nueva ola de entusiasmo por América latina y hostilidad manifiesta hacia los Estados Unidos, o sea, de orgullo por "lo nuestro"(de ellos) y desprecio por lo ajeno y por lo moderno si por eso uno quiere decir "neoliberalismo" y "globalización", o más crudamente xenofobia y vuelta a las raíces.

En el fondo se trata de un pretexto para abandonar el esfuerzo mancomunado y nacional por impulsar los cambios profundos que serían necesarios para hacer de la Argentina un país que sea plenamente capaz de aprovechar las muchas oportunidades brindadas por el orden internacional cada vez más competitivo que, nos guste o no nos guste, está configurándose con rapidez en todo el mundo. El gran problema es que no existen dos argentinos que se pongan de acuerdo en algo. En buena lógica, el haber perdido tanto terreno en un lapso tan corto debería haber servido para estimular grandes cambios, pero lo que proponen los que presentan la caída como una forma un tanto violenta de reencontrarse con las raíces es resistirse a cambiar, créase o no!!. Quienes piensan de esta manera, políticos conservadores como Eduardo Duhalde que no quieren saber nada de herejías extranjeras, han llevado la voz cantante. No hay señal alguna de que el Gallotero discrepe con su análisis. Antes bien, parece decidido a "profundizar" la contrarreforma que inició su padrino, y viene teniendo éxito: ha logrado pelearse con todos sus vecinos y la mayoría de los países del mundo, ha logrado ponerse en contra a los productores agrícola-ganaderos, a los industriales, a los comerciantes y a una buena parte de la clase media que era el sustento capacitado del peronismo.

El latinoamericanismo militante en que el Gallotero aspira a basar su estrategia significa mucho más que el mero deseo de privilegiar las relaciones diplomáticas, comerciales y culturales con los vecinos por suponer que les convendría contar con su apoyo, política que dadas las circunstancias sería muy sensata. También refleja una actitud determinada frente a los problemas gravísimos que plantea el atraso. Dicha actitud se caracteriza por la falta de ambición y por la voluntad de atribuir los fracasos propios a la maldad ajena, lo que es una forma de decir que sería inútil pensar que reformas internas drásticas podrían producir resultados positivos. Así las cosas, es natural que en tiempos difíciles sean muchos los políticos que se sienten atraídos por el espejismo de la "unidad latinoamericana": acaso no ayudaría a solucionar nada porque la gran crisis de la región tiene muy poco que ver con las dimensiones de los países que la conforman, pero es innegable que suena grandiosa, grandilocuente, épica. Todos adjetivos que hacen las delicias de un político demagogo.

Puede que no lo entienda exactamente así el Gallotero, político que ha aprendido el oficio de gobernar en una provincia relativamente rica de fisonomía canadiense al mejor estilo de "capataz de estancia cimarrona". Ha contado con los recursos financieros que por desgracia son imprescindibles si lo que uno tiene en mente es poner en marcha programas de obras públicas. Pero sin dudas que entre sus colaboradores abundan los dispuestos a reivindicar que lo distingue América latina de otras regiones del planeta , sin preocuparse si las particularidades que exaltan (sobre todo las supuestas por los fuertes prejuicios de origen más religioso que ideológico contra el capitalismo en cualquiera de sus variantes), han contribuído a su trágico atraso.

De por sí, no hay nada malo en "la integración latinoamericana" o en una "alianza estratégica con el Mercobluff", pero tal proyecto no puede considerarse una "alternativa" a la multitud de cambios políticos, económicos, jurídicos y culturales nada sencillos que serán necesarios para que los países de la región se hagan lo bastante productivos como para poder satisfacer las expectativas materiales mínimas de los centenares de millones de personas que los habitan.

Sin embargo, tanto el Gallotero como Vázquez y otros que se las han arreglado para convencerse de que el Mercobluff o, tal vez, América latina en su conjunto, serán "la solución", parecen compartir con el crápula dictador caribeño Fidel la noción de que la región debería erigirse en un bastión anticapitalista o, dirían, "antineoliberal" inexpugnable. Según el punto de vista castrista, la implosión económica que depauperó a media Argentina no fue una calamidad sin atenuantes sino, por el contrario, un triunfo magnífico, "un golpe colosal" asestado contra los "neoliberales" satánicos. Como dijo un par de milenios atrás el rey Pirro II de Epiro después de derrotar una vez más a los romanos a costa de su propio ejército, con más victorias de este tipo quedarán eliminados para siempre.

La breve visita del idolatrado "Fidel" a Buenos Aires fue todo un acontecimiento un par de años después de la hecatombe del 2001. Además de ser adulado por los sujetos que fantasean con reeditar en la Argentina las proezas siniestras que le han permitido reinar sobre Cuba como un monarca absoluto desde mediados del siglo pasado, el más viejo de los dictadores latinoamericanos fue festejado con unción por una proporción notable de la clase política nacional, incluyendo al Gallotero y el jefe del gobierno porteño Aníbal Ibarra que por vaya a saber cuáles servicios al género humano lo condecoró.

Para colmo, en una entrevista con el diario español ABC, el entonces flamante canciller, Rafael Bielsa, miembro clave de un gobierno que acababa de pasar a retiro a las cúpulas castrenses por creerlas demasiado comprometidas con la represión ilegal, se dio el lujo de afirmar que "no me atrevo a decir abiertamente que se violan los derechos humanos en Cuba", lo que podría tomarse por una forma cortés de advertir que el gobierno argentino está integrado por individuos que consideran meramente anecdóticos la censura rígida, la encarcelación sistemática de disidentes y los fusilamientos después de procesos sumarísimos, por mencionar únicamente a los atropellos más recientes perpetrados por el brutal tiranosaurio antillano, siempre y cuando con un poco de ingenio tales violaciones flagrantes de los derechos humanos puedan ser encuadradas en "la lucha" contra USA y, claro está, contra el horror neoliberal. ¿Era un demócrata genuino Bielsa, o, como tantos, sería otro oportunista "converso", para emplear la palabra que usaba el senador Eduardo Menem cuando se sentía constreñido a aludir a su propia evolución política?

¿Por qué aman tanto a "Fidel"? ¿Porque el gobierno americano lo odia? ¿Porque admiran a un colega que ha hecho de la "re-reelección" una rutina vitalicia? ¿Porque sienten nostalgia por los buenos viejos tiempos en los que la política era menos complicada de lo que es hoy en día por ser cuestión de una lucha armada entre guerrilleros románticos y militares vendidos a la reacción? ¿O será porque creen que a pesar de todo "Fidel" ha tratado de crear una alternativa entrañablemente latina al capitalismo liberal sajón que, lo mismo que Karol Wojtyla, ven como una fuerza maligna e inhumana que está apoderándose del mundo? Sea como fuere, el que en ciertas circunstancias una parte muy significativa de la clase política argentina más sus acompañantes intelectuales "progresistas" no titubeen en pasar por alto la naturaleza férreamente antidemocrática de su caudillo favorito no puede ser sino inquietante.

Después de todo, la transformación de la Argentina en una democracia fue un episodio más en una gran metamorfosis política internacional en la que docenas de países habituados a tiranías decidieron probar suerte celebrando elecciones. ¿Qué sucedería allí si un día el clima planetario cambiara y la democracia dejara de estar en boga, como inexorablemente va derivando?

De todos los candidatos presidenciales significantes, el Gallotero era el menos conocido y, con la excepción de Elisa Carrió, el menos preparado para gobernar, razón por la que incluso las líneas generales de su "proyecto" siguen siendo tan borrosas que no se ven, pero ese hecho le viene de perillas a nuestro hombre: puede olvidarse del guión sin grandes problemas. Por lo pronto, la mayoría (hasta éste momento) está dispuesta a darle el beneficio de la duda, haciendo hincapié en lo que le gusta de sus mensajes (patrioteros y ultra-nacionalistas), medidas y nombramientos confusos y raros , minimizando la importancia de aquellos detalles que podrían resultarles incómodos, pero resulta que el clima camporista de la inauguración de su período en la Casa Rosada y el tenor alfonsinista de su retórica presagiaron lo que hizo en los cuatro años que lleva de gobierno. El Gallotero no tardará en verse en más problemas, más profundos y más grandes, con la derecha acusándolo de ser una versión rioplatense del mono bananero y la izquierda atacándolo con vehemencia similar por dejarse intimidar por las "corporaciones" financieras, los acreedores, el FMI, el BM y, huelga decirlo, el "sulfuroso" imperio americano.

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