sábado, 9 de agosto de 2008

Cuando no se sabe gobernar

Cuando no se sabe gobernar o no se tiene el poder o la decisión para hacerlo
por Alvaro Kröger



En la era de democracias inestables que vive desde hace un tiempo la América Latina ha comenzado a aparecer una nueva especie de gobierno, un nuevo tipo de gestión que se caracteriza por la amplitud de las promesas y la más decidida voluntad de quedar bien con todos los ciudadanos de su país y con la llamada "comunidad internacional". No son de izquierda ni de derecha, y en realidad no pueden ser designados exactamente tampoco como populistas: su indefinición ideológica es demasiado grande como para asignarlos a cualquiera de estas categorías. Dar ejemplos concretos de esta nueva actitud política, que ya se ha hecho dominante en varios lugares, es inútil porque el lector podrá reconocerla sin la menor dificultad a partir de la mera descripción.

Los gobiernos que a todos dicen sí se caracterizan por su deseo de agradar (a todos), de no perder puntos en las encuestas, y por lo tanto aceptan con benevolencia a quienquiera se manifieste: están a favor de la ley y el derecho pero aceptan que algunos grupos bloqueen carreteras o caminos para exigir demandas a veces absurdas. Nunca los reprimen, o lo hacen con la más extrema delicadeza, porque temen que se digan que violan sus "derechos humanos". Lo mismo sucede cuando se invaden fincas o propiedades urbanas: siempre se negocia, se evita la confrontación y se trata de dejar satisfechos a todos, a los ocupantes y a los invasores por igual.

En materia de desarrollo económico se aprecian, enseguida, las mismas contradicciones: claro que se acepta que el crecimiento sólo puede producirse cuando hay estabilidad y orden, leyes claras y que se respeten, y poca interferencia con la actividad económica de los particulares. Pero, de inmediato, se pasa a escuchar los reclamos de grupos ecologistas extremos, se protegen los intereses de ciertas industrias mediante todo tipo de barreras, se crean o mantienen engorrosos reglamentos, se aumentan siempre que se puede, los impuestos.

Se combate a la delincuencia, por supuesto, porque éste es un reclamo de la mayoría de la población. Pero se lo hace de modo tal que los detenidos a veces quedan libres a las pocas horas, mientras se exige a la policía actuar como si fuesen abogados defensores de las mismas personas a las que deben apresar, se trata a los más desalmados delincuentes como señoritas, y si no es así la policía es quién es juzgada con el mayor rigor de la ley. Lo mismo ocurre con la corrupción y con quienes, en algún tiempo, han violado los derechos humanos: se actúa con la mayor energía y decisión… siempre y cuando la acción recaiga sobre quienes ya no tienen poder político alguno, contra los partidarios de la oposición o los de gobiernos pasados que poco pueden hacer ante unos tribunales que se pliegan sin reparos a las presiones de los gobiernos y de ciertas ONG's. El caso más destacado de este ejemplo es el de Bordaberry y Blanco. Están encarcelados por la supuesta muerte de 10 personas, de las cuales sólo aparecieron dos y parece muy difícil vincularlos con su coautoría de los hechos, como así también sobre la supuesta intervención en la orden de ejecución a Michellini y Gutiérrez Ruiz. Se sabe que la muerte de estos dos legisladores exiliados fueron muertos por la gente de Aníbal Gordon por un problema de dinero, producto del secuestro del barraquero Hart.

Pero lo más curioso es que no hayan sido encarcelados por un delito que está totalmente probado como el Atentado a la Constitución, en el momento que se disolvieron las Cámaras el 27 de junio de 1973. Según el Poder Judicial este delito prescribió. Aquí, es más que evidente que hay motivos políticos, más que motivos reales de defensa de "los derechos humanos". Es otro de los ejemplos de quedar bien con todos. Otro ejemplo: el caso de los Peirano. Este caso va a pasar a segundo plano y lo más posible es que salgan en pocos meses, pero en este caso lo que más llama la atención es que están en prisión preventiva desde hace más de 4 años y el Poder Judicial no ha dictado sentencia. Una de las bases del derecho es que una persona sometida a proceso tiene el derecho de saber qué día entra y qué día sale de la cárcel. Otra de las bases del derecho es que si una persona comete un delito y paga su culpa a la sociedad debe de adquirir nuevamente todos sus derechos ciudadanos. Lamentablemente, nuestro Poder Judicial, que siempre fue totalmente independiente del poder político, cada vez está actuando de forma más parecida a su par de enfrente.

Estos gobiernos, que a todos sonríen, son incapaces por eso de combatir la delincuencia, detener la corrupción, producir crecimiento económico, eliminar el desempleo o mejorar las condiciones de vida de nuestros conciudadanos. Por supuesto que, con la mejor buena voluntad, querrían combatir y acabar con estos y otros problemas: pero se resisten a tomar las medidas que resultarían necesarias y que, sin lugar a dudas, serían también criticadas por muchos. Tienen el poder para hacerlo pero tienen miedo, mucho miedo a las próximas elecciones y siguiendo este razonamiento podemos asegurar que se gobierna en función a los resultados electorales próximos y no a las verdaderas necesidades del pueblo.

En estas condiciones los únicos que se benefician son los grupos que, bien organizados, están dispuestos a transgredir la ley para exigir lo que les conviene. Ellos, ya se trate de ocupantes ilegales o empresarios proteccionistas, son los únicos que se benefician con la inacción e inercia gubernamental, los que se fortalecen y salen ganando. Los demás, los ciudadanos de a pie, siguen reclamando, cada vez con menos esperanzas, que por fin se haga algo, que se aplique la ley sin vacilaciones y excepciones, que se gobierne de verdad. Pero poco se hace. Así seguimos en este limbo del subdesarrollo, siempre inseguros, mientras se acentúa un debilitamiento moral que ya ha comenzado a producir consecuencias negativas para todos, empezando por los manoseos que sufrimos tanto Paraguay como nosotros por parte de Brasil y Argentina

Somos, creo que todos, conscientes de las dificultades de gobernar a un país, pero si a esas dificultades les agregamos el ingrediente de mantener una enclenque estructura política, siempre al punto del colapso; más el desesperado deseo de estar bien con Dios y con el diablo, la tarea se transforma en imposible.
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