sábado, 9 de agosto de 2008

Entre apariencias y realidades

Entre apariencias y realidades
por Alvaro Kröger



Maquiavelo escribió que los hombres se guían por las apariencias, no por la realidad. Frente a su audiencia, el político tiene por ello dos opciones. Si es un estadista, tratará de mostrarle la realidad aunque ella se apegue a las apariencias. En ese caso, el estadista sufrirá un alto costo político hasta que su audiencia termine por darle la razón. Sólo y solamente en ese momento el estadista se convertirá en un líder capaz de conducir a su pueblo hacia nuevos rumbos. Con esfuerzo, con dilaciones, con mucho trabajo e inteligencia, lo habrá educado.

Durante casi 10 años, Winston Churchill les advirtió a los ingleses que Hitler era un peligro. Durante ésos años, los ingleses, apegados a la ilusión de la paz (igual que ahora con el tema islámico), no le creyeron. Pero a principios de la Segunda Guerra Mundial, cuando el nazismo se había mostrado tal cual era, le dieron finalmente la razón. Desde ese momento, cuando ya no podía ofrecerles más que "sangre, sudor y lágrimas", Churchill condujo a los ingleses hasta la victoria.

Los estadistas como Churchill, sin embargo, son excepcionales. A la inversa que ellos, los políticos del montón sólo aspiran a manejarse con astucia en el mundo de las apariencias para despertar la ovación de la tribuna y de ésa forma mostrar una apariencia de éxito y una satisfacción de su ego. Maquiavelo, descarnado realista, no se hacía ilusiones sobre la envergadura moral de los príncipes y los políticos que trataban con el pueblo. Por eso suponía que casi todos ellos estarían dispuestos a disfrazar la realidad. Antes y después de Maquiavelo el arte de la política se acercó peligrosamente, al arte de la simulación.

Cuestión de distancia

En las plazas políticas pequeñas, el ágora ateniense, el foro romano o los reducidos ambientes de repúblicas italianas del Renacimiento como Florencia, la ciudad de Maquiavelo, el arte de la simulación tenía que ejercitarse cara a cara, frente a una realidad inmediatamente perceptible. Cuando un príncipe decidía engañar a sus interlocutores como lo hizo César Borgia, a quien Maquiavelo presentó como un gran cultor del arte de la simulación, su tarea no era fácil porque los engañados eran, en el fondo, sus propios pares. Aun así, aun cuando el príncipe debía actuar como una persona frente a otras personas, el disimulo ya formaba parte del arte político. No olvidemos que la palabra persona significa en su origen "máscara": la máscara que se ponían los actores.

Otra es la situación actual. Entre el político que busca engañar y las masas a quienes se dirige, existe hoy un abismo de información y desinformación. Los ciudadanos, ahora, ya no están en la presencia directa de los políticos porque entre unos y otros media una inmensa distancia, lo que ve el pueblo ya no es a una "persona" en carne viva, sino una trama compleja de mensajes desplegados en los medios masivos de comunicación, ayuda de los encuestadores, spots publicitarios, conferencias de prensa, escapadas muy adecuadas a residencias inalcanzables, voceros varios que dicen cada uno cosas diferentes y actitudes de los actores políticos muy poco comprensibles.. De ahí que entre los receptores del mensaje político impere, en especial en los últimos años, una aguda sensación de desconfianza hacia los políticos y hacia el poder.

La economía, por ejemplo, ¿marcha en realidad como dice el Gobierno? ¿O se acercan más a la verdad los mensajes de la oposición? La verdad nunca está en uno u otro sector. En medio del entrevero de los argumentos en conflicto, los ciudadanos no saben, a qué atenerse. Por eso, para que el pueblo recupere la perdida confianza, se han inventado los indicadores, los cuales tampoco son de confianza pública, porque son manejados políticamente .Y cuando un político envía entonces sus mensajes, busca apoyarlos en indicadores económicos o sociales avalados por instituciones cuya imparcialidad le sirva de paraguas pero raramente son creídos, porque éstas instituciones o bien son estatales o bien responden a un sector político.

El reciente caso del Instituto Nacional de Estadística y Censos, el Indec, de Argentina ha sido una de estas instituciones. A él acudieron una y otra vez los políticos de todos los bandos para fundar sus afirmaciones. Si el Indec decía que el producto bruto crecía un 8 % anual, los argentinos le creían. Si medía la pobreza, el desempleo o la inflación, sus cifras eran correctas. Las estadísticas oficiales funcionaban como un templo cívico donde podían refugiarse todos aquellos que quisieran conocer la verdad. Hasta que el Gallotero le metió el pico.....ahora el Indec hoy dice una cosa y mañana la desmiente y dice otra. Nosotros tenemos dos instituciones públicas, el Instituto Nacional de Estadísticas y Censo y la Facultad de Ciencias Económicas que están en una situación similar, si bien son más creíbles que el Indec argentino.

Engaño y consenso

No ha habido gobierno que haya sido indiferente a las estadísticas oficiales o que no haya soñado con influir en ellas, el Gallotero se sacó las ganas.... Fue por eso que, en una sociedad infectada de sospechas de manipulación y corrupción como la argentina, la gente dudaba a veces de las cifras del Indec cuando ellas parecían no coincidir con sus experiencias cotidianas. La inflación anual, ¿era sólo de un dígito como decía el Indec o dos veces más alta, como la vivía Doña María en el supermercado? El gobierno argentino controla, además, los precios. El Indec, ¿reflejaba entonces la realidad o sólo los precios controlados, o ninguna de las dos cosas? A pesar de todo, los indicadores del organismo eran lo único que tenían los argentinos, a falta de otras estadísticas del mismo nivel, y, créase o no, el Indec mantenía una sana independencia del poder político.

Cuando el Indec estaba por comunicar la evolución de los precios de enero en medio de una gran preocupación general por la inflación muy bien fundada, el Gallotero ya no aceptó siquiera la medición que ése ofrecía. Atacó entonces a la atribulada institución, echando a varios de sus funcionarios (dejando caer sospechas infundadas sobre ellos) y poniendo en su lugar a militantes políticos. En los hechos el Indec está, ahora, intervenido, o más que intervenido, está digitado por la Casa Rosada. Ya no ofrecerá por lo tanto lo que su metodología tradicional ofrecía a los argentinos. Es que, digitado, ha dejado de ser un organismo del Estado, situado como contralor del gobierno, para convertirse en un instrumento del propio gobierno y arreglar los números de cara a las elecciones de octubre. ¿Adónde podrán ahora los argentinos para juzgar lo que les dice el gobierno?. No van a tener más remedio que hacerse de su propio y privado instituto de estadísticas, es decir, controlar más a menudo sus bolsillos.

El gobierno por su parte, ¿no ha medido el deterioro que sufrirá de ahora en adelante su credibilidad tanto dentro como fuera de la Argentina? Esta es una pregunta retórica ya que al Gallotero le importa un corno lo que piensen sus propios ciudadanos y menos aún lo que piensen los demás países, pero es una pregunta que debemos hacérnosla en aras de nuestra propia integridad intelectual.

Maquiavelo escribió también que "aquel que quiera engañar, siempre encontrará a quienes desean ser engañados". Según algunos argentinos las cosas les van mucho mejor que hace 5 años, según otros les van mucho peor que hace cinco años, cuando se debatían en la peor de las crisis financiera de la historia y que tuvo la virtud de clavarnos de cabeza a nosotros también. Están apareciendo nubarrones espesos sobre la sensación de conformidad casi generalizada que sufren los argentinos ¿se inclinarán a tomar en cuenta esos nubarrones o preferirán que los engañen al menos por un tiempo más?, ¿preferirán preocuparse de la salud del idiota de Maradona o de lo que pasa en los realities shows a intentar ver un poquito más allá?. Como es habitual en los argentinos las crisis les caen como tsunamis porque no tienen un sistema de alerta temprana, aunque varios economistas lo están advirtiendo desde hace bastante tiempo, entre ellos, nuestro amigo Raúl Seoane.

Acosados como han sido por una crisis tras otra, tal vez han contraído el hábito de encerrarse en burbujas si ésta es la condición para seguir ilusionados en una bonanza ficticia y que mayormente viene del exterior. De ésta forma hicieron hace poco, cuando ya se sospechaba que la convertibilidad del uno por uno tambaleaba. Hablar de una devaluación fue tabú hasta que la burbuja estalló. ¿Es éste el estado de ánimo colectivo al que han vuelto ahora? La negación de la realidad desemboca a veces en "sinceramientos", en estallidos, pero mientras esto no ocurra, ¿quién les quitará el optimismo que ahora los embarga? ¿Quién votará de aquí a octubre contra los que alimentan este optimismo desde el gobierno?, siempre y cuando el castillo de naipes no caiga antes.

Quizá la actitud de quienes destruyeron la credibilidad del Indec se funde en la creencia de que la mayoría de los argentinos prefieren seguir engañados después de haber sufrido tanto. ¿Es ésta su enfermedad, su sino? Será difícil conocer en todo caso el verdadero estado de salud colectiva, porque los han dejado sin instrumentos de medición. Y los que tienen están descalibrados con graves tendencias aleatorias (electoreas).

Referencias: Seprin, Suplemento económico Seprin, J.Morales Solá, M. Grondona, R.Seoane

No hay comentarios: