sábado, 9 de agosto de 2008

LEVIATAN

LEVIATAN
por Alvaro Kröger



¿Qué tienen en común los siguientes lugares y fechas: Seattle 1999, Génova 2002, Santiago de Chile 2006, Seúl 2006…? A primera vista casi nada. Se podría decir tentativamente que se trata de ciudades de países dotados de instituciones democráticas y con importantes éxitos, antiguos o más recientes, de respeto a la Ley. En los primeros dos casos son ciudades de dos de los países más desarrollados del planeta. En los otros, de dos exitosas transiciones a la democracia y a la economía de mercado..

Pero hay algo más sutil por lo cual hacemos mención expresamente a esas localidades y años: el uso del monopolio de la fuerza del Estado para actuar con todo el peso de la Ley contra acciones violentas de grupos que —bien o mal intencionados— infringieron la ley. Sea ante grupos de los más extremistas (los "antiglobalización") en los dos primeros casos, sectores anarquistas en el marco del aniversario por el golpe del 11-9-1973 en Santiago de Chile, o protestas sindicales en la potencia asiática. El denominador común fue la existencia de un Estado, de un poder político y de una sociedad que actuaron haciendo respetar la Ley y sin que la posterior emisión de los medios de prensa audiovisuales generara —al menos no significativamente— protestas sociales, crisis de gabinete, histerias colectivas o instrumentalizaciones políticas.

Una mirada a la Argentina post-crisis 2001, nos muestra un país que con el esfuerzo conjunto de los actores sociales y políticos ha logrado revertir un derrumbe económico gracias al empuje mundial de la economía; siendo reconocido, aún por los más pesimistas, crecimientos de hasta casi el 40% en los últimos 4 años y proyecciones de aumento del PBI no menor al 4% para los próximos 3 años. Fuertes caídas en los índices de pobreza y de extrema pobreza, así como la creación (según el INDEC) de más de 2 millones de empleos, aunque paralelamente —como costado negativo— persistan sustanciales niveles de disparidad en los ingresos. Si bien es verdad que los índices de pobreza y extrema pobreza han disminuido, sólo se manejan datos oficiales y no hay datos de otras fuentes no oficiales e independientes.

También, la Argentina ha pasado de un debate político signado por la fragilidad del poder político y el debilitamiento de la figura presidencial (entre el 2000 y el 2003) a discusiones políticas —más o menos sinceras y bien intencionadas— sobre la existencia de un poder hegemónico que lentamente se va afianzando mediante técnicas y tácticas, generalmente "non sanctas".

Se podrían agregar diversos datos publicados oficialmente para completar este panorama de una supuesta normalidad mayor: el canje de la deuda, el pago al FMI, el restablecimiento de una relación estratégica con Brasil, "buenas notas" del Departamento de Estado hacia la cooperación de la Argentina en materia de lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, etc.

¿Algo falta entonces para asumir que han dejado atrás la crisis y la emergencia? Sí: el monopolio del uso de la fuerza por parte del Estado o el Leviatán en palabras de sir Thomas Hobbes. Sir Hobbes fue un pensador político inglés de principios del 1600 cuya teoría maestra es:" Gran monstruo fagocitador de individualidades, el Estado ha sido creado contractualmente para proteger al hombre de los demás hombres". Esta idea maestra de Hobbes ha sido utilizada desde la defensa de la monarquía a la defensa de las privatizaciones de entes estatales, y ha calado tan fuertemente en los políticos que ellos ven a los actores privados de una sociedad como sujetos potencialmente peligrosos y por ello en las diferentes sociedades se han tomado recaudos más o menos parecidos, importando muy poco la ideología del gobernante.

Por diversos motivos (la memoria colectiva de la violencia bifronte de los años setenta, la guerra de las Falklands Islands, el derrumbe social y económico de amplios sectores, medios de comunicación que en muchos casos asumen que criticar al Estado atrae rating, etc.) la dinámica político-social argentina del último lustro —aproximadamente— se caracteriza por la visión compartida por oficialistas y opositores sobre las consecuencias que tendría para el Estado hacer uso del monopolio del uso de la fuerza para mantener el orden y hacer cumplir las leyes. ¿Y qué consecuencias tan críticas acarrearía? Crisis políticas, inestabilidad institucional, marchas, contramarchas, horas y horas de noticieros cargando las tintas contra y a favor del Estado, etc.

Partiendo de éstas premisas, los que están en el poder —sea cual fuera su ideología o sistema de ideas y valores— evitan por todos los medios ejercer el monopolio del uso de la fuerza, y los que están en la oposición —sea cual fuera su ideología o sistema de ideas y valores— reclaman, en muchos casos, el uso de la fuerza movidos con la intención de que se activen esos mecanismos de crisis políticas. Sin embargo hay casos en que el uso del monopolio del uso de la fuerza se torna inevitable, en aras del bien común y lamentablemente en otros casos ese monopolio se usa indiscriminadamente en aras de un fin político partidario.

En el escenario argentino, poco importa si unos son de centro-izquierda y otros de centro-derecha o de ultra izquierda o ultra derecha, por la eterna dificultad que existe para aplicar estas categorías europeas, chilenas o uruguayas a una Argentina en donde ha existido y existe el curioso fenómeno del peronismo, dónde todos los del espectro político se abrogan la herencia única y exclusiva del General Perón.

Es casi seguro que éste fenómeno no dure muchos años, aunque tampoco parece querer a extinguirse en el corto plazo. Frente a todo lo expuesto, cabe asumir que un país que no logra los elementales consensos sociales, políticos y mediáticos para ejercer el monopolio del uso de la fuerza dentro de parámetros racionales y legales —tal como en los casos de los cuatro casos citados al comienzo— aún no ha logrado completar su salida de la crisis de gobernabilidad y que todo su proceso de estabilización , crecimiento económico y consolidación institucional está sujeto a las latentes crisis políticas e institucionales que genera la falta de esos acuerdos básicos.

El gran desafío , como lo demuestra la historia, recae más en los líderes y tomadores de decisiones políticas y sociales, que es un buen caso para diferenciar a estadistas de meros políticos, pero también en la sociedad en general, especialmente en los grandes centros urbanos con impacto mediático. Concluyendo, todo se torna más confuso y disfuncional cuando la hipersensibilidad social hacia la fase coercitiva del Leviatán convive con activos reclamos por seguridad ciudadana y la transformación de este tema en un estandarte electoral, tal como en el pasado lo fueran la inflación y el desempleo.

El Leviatán sólo puede ser manejado por verdaderos estadistas y lamentablemente en éstos momentos los estadistas escasean tanto, que, personalmente no me atrevo a nombrar a ninguno , en alguna parte del mundo. Directamente los que están actualmente en el poder son meros políticos que tienen su cuarto de hora, pero que pasarán a la historia como una cita al pie de página.


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Fuentes consultadas: De Cive, De Corpore, Leviatán, De Homine; (Thomas Hobbes); Cadal, Jhon Locke, Immanuel Kant, Fiche, Seprin, La Nación on Line.

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