sábado, 9 de agosto de 2008

La Guerra Mediática

La Guerra Mediática
por Alvaro Kröger



La guerra contra el terrorismo fundamentalista será larga, dura y dolorosa, lo dicen incluso quienes quieren un inmediato retiro de las tropas aliadas de Irak. Es diferente de todas las guerras del pasado ya que estamos en una guerra de 4ª generación y exige una elevada dosis de imaginación e iniciativa. Hace falta innovar y proceder con audacia.

Con audacia viene procediendo el fundamentalismo islámico: no tenía una agenda ni obviamente un plan, pero sí la firmeza de resquebrajar el muro que dificultase su expansión. La simple imagen de un chico tirando una piedra contra un tanque da la impresión de que los "pobres" islamitas son unos santos varones y las tropas aliadas unos salvajes: eso es la guerra de 4ª generación: la guerra mediática, una imagen por 1000 palabras. ¿Alguien ha visto a un soldado americano destripado, sin piernas, o decapitado? NO. Los aliados aún siguen con los conceptos fundamentales de la guerra de 3ª generación: tropas y más tropas, conquista de territorio, control de la población civil, intentar poner orden y democracia, dónde no hubo democracia nunca, dónde el concepto de democracia no es comprendido, dónde lo que se entiende es la brutalidad, la falta de libertad y el control de la población civil por el déspota de turno.

Los primeros wahhabitas llegaron al extremo de profanar la tumba de Mahoma, por considerar que quien la veneraba cometía idolatría; Khomeini quebró la tradición de inmunidad que caracterizaba a las representaciones diplomáticas desde las antiguas ciudades griegas, con su asalto a la embajada norteamericana, cuya ocupación duró 444 días; los talibanes pulverizaron imágenes de Buda, que eran un monumento histórico de la humanidad; clérigos del Hezbollah forzaron los textos sagrados, para autorizar asesinatos suicidas que luego adquirieron vasta aceptación hasta por gobiernos laicos, como el de Saddam Hussein. Esa escalada no tiene límite y podrá alcanzar el alegre uso de las bombas atómicas. El Apocalipsis es un libro del cristianismo que, paradójicamente, lo está convirtiendo en acto concreto la franja de musulmanes que más detesta al cristianismo.

El islam, como ya lo he manifestado hasta el cansancio, es ahora rehén de los fanáticos que parieron el odio y la intolerancia, no la pobreza ni la lógica. Esos fanáticos dañan el mundo y su propia fe. Reproducen el fenómeno que hace media centuria envenenó a Alemania. Recordemos que Hitler y el movimiento nacional-socialista también crecieron bajo la excusa de purgar las humillaciones de 1918 y las injustas penalidades impuestas por la Sociedad de Naciones, de reivindicar el honor nacional mancillado. Lograron que cada alemán tuviese que reconocerse nazi. La opinión pública mundial llegó al absurdo de considerar que, en efecto, todo alemán era nazi, como ahora crece la tendencia a ver en todo musulmán a un terrorista, cuando la realidad es que sólo un 10% aproximadamente tiene esas tendencias. En aquel tiempo, pocos alemanes se atrevieron a desafiar el poder dominante, como ahora pocos musulmanes se atreven a denunciar la psicosis de muchos teócratas. La humanidad no obtuvo inmediato consenso para enfrentar a los nazis, y ahora tampoco lo consigue frente al terrorismo. Pero así como recordamos con admiración a los Thomas Mann y Bertold Brecht, que se atrevieron a pronunciarse contra los criminales que ensangrentaban el mundo , su país y sus conciencias, debemos admirar a los pocos musulmanes que se animan a levantar su voz contra quienes usan su religión para predicar la violencia.

Cuando menciono que sólo el 10% de los musulmanes son islamitas fanáticos dispuestos a la Jihad, parecería poca gente pero no es así: hay entre 120 y 150 millones de personas dispuestas al sacrificio. Este valor mayor a la suma de todos hombres que intervinieron en las guerras europeas y mundiales desde Napoleón a la actual guerra del Golfo.

Hechas estas aclaraciones, comentemos un acontecimiento inédito.

En la ciudad de Rosemont, Illinois, tuvo lugar la convención anual de organizaciones islámicas de los Estados Unidos y Canadá. A ella asistió la subsecretaria de Estado, Karen P. Hughes, quien fijó las bases de una original iniciativa: que los musulmanes norteamericanos se ocuparan de difundir información sobre la vida islámica en este país. El gobierno americano puso así en marcha una nueva estrategia diplomática, que incluye un aumento del diálogo interreligioso internacional, intercambio de programas de estudio y conocimiento personal de los diversos líderes. “Nos une el interés común por enfrentar el terror y la violencia, el odio y el crimen que se realizan en nombre de la religión”, dijo a los centenares de dirigentes que escuchaban sus palabras. Añadió: “Debemos aislar y marginar a quienes proponen matar inocentes”. En la conferencia de prensa que ofreció al término del encuentro dijo: “Francamente, ¿quiénes estarían mejor posicionados para hacerlo que muchos de nuestros musulmanes americanos, con amigos y familia en tantos países del mundo?”

Karen Hughes mantuvo, además, reuniones separadas con los dirigentes locales y con una nutrida delegación de Gran Bretaña. En la mayoría de los casos se trataba de gente joven de mente más abierta al diálogo y a las innovaciones, por lo cual el entusiasmo mutuo resultó evidente. Rubina Khan, tesorera de la Asociación de Estudiantes Musulmanes, comentó que la idea del gobierno “es buena, pero no está claro aún qué pasos dar”.

Algunos líderes puntualizaron que les agradó haber sido consultados y reconocieron la existencia de buena voluntad por parte de la administración. Otros destacaron que la subsecretaria no tenía un conocimiento profundo de las angustias que padecen los musulmanes por el exagerado aumento de la vigilancia, que en algunos casos lastima sus derechos civiles. El asunto es que los musulmanes americanos desconocen totalmente lo que es vivir en un sistema totalitario, están acostumbrados a las libertades y a acogerse a la Constitución y las leyes. Karen Hughes reconoció, por su parte, que cuando algunos estudiantes le contaron su miedo de hablar por los teléfonos celulares, “eso le estremeció el corazón, porque no le debe suceder a ningún americano”. Ibrahim Abdul-Matin, de California, dijo que ella deberá enfrentar el prejuicio anti islámico de varios periodistas, prejuicio que trasciende al exterior y aumenta la mala imagen de los Estados Unidos.

Pero lo destacable es que varios líderes musulmanes consideraron más urgente reparar la imagen del mismo islam que la de los Estados Unidos. Los atentados de Madrid y Londres han causado tanto daño a los musulmanes como a las víctimas directas del masivo crimen. Como éstas fueron palabras poco frecuentes, deben subrayarse porque evocan retumbantes expresiones de Thomas Mann y Bertold Brecht en medio de aquella locura asesina que tanto se parece a la actual.

Además, la Islamic Society of Scholars publicó un folleto en el que asegura que su fe no acepta el terrorismo ni tolera los actos de violencia contra otras religiones, ni siquiera simpatiza con el extremismo religioso. Respaldó las afirmaciones del texto con numerosos versículos del Corán. “Nuestra publicación no fue hecha para ser políticamente correctos –insiste Kareem Irfan, miembro del directorio y uno de los redactores–, sino por nuestra convicción apasionada de que el verdadero mensaje del islam necesita ser difundido y separado de aquellos que manchan nuestra fe de un modo horrible e innecesario.”

Como era de esperar, no existe aún consenso. El imán Warith Deen consideró que “las intenciones del folleto son aceptables, pero muchos de sus redactores son inmigrantes que ansían ser aceptados en los Estados Unidos”. Quizá su postura se deba a que hace dos años le prohibieron seguir ejerciendo como capellán en Nueva York por haber elogiado los atentados del 11 de Septiembre, aunque él insiste en que lo interpretaron de manera equivocada.(sic)

Durante los diálogos con la subsecretaria Hughes, se recordó que el terrorismo ya había sido condenado por teólogos y eruditos islámicos de Australia, Canadá y el Reino Unido. Dos meses antes, el rey Abdullá II de Jordania congregó, en Amman, a religiosos moderados. El monarca fue directo: “No importa cuántos insultos y ofensas hayamos sufrido los musulmanes, porque nada justifica matar inocentes de cualquier religión o nacionalidad”.

Estas voces son las que de veras romperán los prejuicios contra el islam que han surgido en Occidente. También en la época del nazismo era más fecundo que los mismos alemanes se rebelaran contra sus líderes enajenados a que otros asegurasen que no todo alemán era un nazi.

Hay quienes pregonan seducir a los musulmanes con espejitos de colores, pero no se pretende alejarlos de su fe ni de su milenaria cultura, ni a engañarlos con falsedades, sino a convencerlos de que en Occidente no existe una guerra contra su fe, sino contra sus enloquecidos fundamentalistas, a quienes ellos mismos tienen que repudiar con ­más intensidad, con más frecuencia y menos rodeos.

Así como los musulmanes exigen que se combata el prejuicio anti islámico, millones de musulmanes deben combatir su propio prejuicio contra Occidente. Occidente, a la inversa de lo que innumerables musulmanes martillan en sermones, panfletos e Internet, no es sólo las cruzadas, el colonialismo y la perversión moral, Occidente es muchísimo más que eso; es la cuna de la libertad, de la democracia, de la tolerancia, de la cultura en la cual estamos insertos.

Los musulmanes norteamericanos y de otros países deben hacer saber a sus hermanos que no hay odio estructural contra el islam ni deseos de aniquilarlo, excepto en minorías. Deberían comunicar el respeto y la curiosidad que existe por la civilización islámica desde hace siglos; deberían admirar las exposiciones y hasta museos que han sido dedicados a expandir sus frutos en un número y calidad que supera todo lo que pueda mostrarse desde los mismos países musulmanes. Deberían informar que una de las obras cumbres de la literatura universal, "Las mil y una noches", se ha estudiado más en Occidente que en cualquier país árabe. Averroes es un filósofo que se cita con admiración y gratitud. No hay historia del mundo que no dedique párrafos de encomio a los tres siglos de dorada convivencia que auspició el islam en Al Andalus. Los autores de los países musulmanes son traducidos sin prevención alguna; un egipcio recibió el Premio Nobel. Los científicos y académicos musulmanes son bienvenidos en cualquier centro de estudio con sólo mostrar sus credenciales. Decenas de millones de musulmanes viven ahora en Europa y toda América y gozan de los mismos derechos que los cristianos y judíos, con absoluta libertad para construir mezquitas, centros culturales y enseñar su religión y tradiciones. Nada perturba la autoestima de un musulmán. Es decir, nada la perturbó hasta que empezaron las agresiones fundamentalistas.

Seguro que incomoda el planteo inverso, pero corramos el riesgo de no callarlo: ¿cuántos autores occidentales son traducidos al árabe?; ¿cuántos films occidentales han sido prohibidos en sus países?; ¿cuántas iglesias y sinagogas fueron incendiadas?; ¿cuánta prédica de odio sopla como viento fétido en millares de madrazas y mezquitas? Hiere enterarse de que los dos libros occidentales más leídos en el mundo musulmán son Los protocolos de los sabios de Sión y Mi lucha, que, además de rabiosamente antisemitas, inculcan una paranoide visión conspirativa de los acontecimientos.

En Barcelona se ha inaugurado una ambiciosa exposición sobre la mirada que tiene el Este sobre el Oeste, con raudales de elogios en la prensa norteamericana. El Este sería el mundo islámico. Ofrece materiales asombrosos, como el relato de un viajero del siglo XII que describe perplejo a Europa –un Marco Polo al revés– y cuenta sobre un curioso príncipe llamado “Papa”. La rica exposición ha sido montada por musulmanes que viven en Europa; ¿la hubieran hecho con la misma apertura mental desde el mundo islámico profundo? Aunque suene agresivo –no lo es– existe un desbalance que produce vértigo: enorme curiosidad y buena disposición hacia el islam en Occidente, contra poca o nula curiosidad hacia Occidente en el vasto mapa musulmán. Los occidentales somos, axiomáticamente, enemigos jurados....aunque los omeyas nos hubiesen dado flor de paliza en las cruzadas al punto de tener que retirarnos de todos lados, menos un pequeño grupo de sacerdotes que se quedó y aún está en Jerusalem.

Seducir o inducir a los musulmanes significa invitarlos a enterarse de que en Occidente también hay virtudes, respeto y fuertes ansias de armonía universal, por lo menos en la mayoría de sus habitantes. Por eso no ocultamos la expectativa que ha despertado el acuerdo entre la subsecretaria Karen Hughes y los más importantes líderes musulmanes de los Estados Unidos y Canadá.


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Autores consultados: Pipes,Th. Mann,Brecht, Hughes, The Washington Post, Times

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