martes, 19 de febrero de 2008

El nuevo Estado de Kosovo: una “píldora del día después”

El nuevo Estado de Kosovo: una “píldora del día después”





Hubo allí una guerra, ¿recuerdan?, ilegal e injusta, tanto como la de Irak o incluso más, pero que todos los países europeos apoyaron secundando a los Estados Unidos. A un país europeo, Serbia, se le amputó un pedazo de su territorio nacional. Kosovo. En el fragmento segmentado se ha construido un nuevo Estado de religión musulmana y sistema político caciquil: se llama Kosova. Y ahora, ¿qué? Artur Mrowczynski–Van Allen, buen conocedor de la zona, compara la situación con el reparto masivo de píldoras abortivas entre las mujeres violadas durante la guerra de los Balcanes: una solución artificial para una tragedia que permanece. Un punto de vista, en todo caso, muy bien informado.

El 13 abril del año 1999, en los periódicos occidentales apareció esta noticia en grandes titulares: “¡El Vaticano retira su apoyo económico a las iniciativas humanitarias de la ONU!” ¿Qué había pasado? Mons. Elio Sgreccia, obispo vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida, institución fundada por Juan Pablo II, comunicó que, dado que el suministro de píldoras abortivas formaba parte del programa mundial de “ayuda” a los refugiados que aplicaban varios organismos pertenecientes a la ONU, la Iglesia Católica no podía colaborar con estas organizaciones.

Esta “ayuda humanitaria” basada en una “solución médica” (sí, podríamos hablar también de “solución final”, con todas las intuiciones que pudieran despertar en nosotros estas palabras) había sido promovida por UNICEF como remedio para el sufrimiento de miles de mujeres de todos los bandos en la última Guerra de los Balcanes. Mujeres víctimas de bestiales violaciones, que intentaban sobrevivir en medio de un infierno. A menudo rechazadas por sus propias familias, esas mujeres aceptaban inconscientemente esta “ayuda”, convirtiéndose de nuevo en víctimas, esta vez de un proceder que les llevaba a matar a sus propios hijos. Sí, hijos fruto de la violencia y del odio, pero del todo inocentes. El remedio ofrecido por Occidente para el baile balcánico de la muerte era más muerte. Muerte elaborada en grandes laboratorios farmacéuticos europeos y distribuida gracias a las gestiones de los funcionarios de Bruselas o Nueva York, muy preocupados por la paz en los Balcanes.

Una batalla de seiscientos años

Con estos medios, y otros igualmente modernos, y con ideas no menos ilustradas, los estados modernos intentaban realizar su autoproclamada vocación de pacificadores de los atávicos conflictos étnicos y sobre todo religiosos. Inspirados por su fe en la razón moderna, armados con bienintencionadas proclamas políticas y seguramente también con una gran dosis de buena voluntad, decidieron enviar los F-16 al Campo de los Mirlos. Al escenario de la batalla más larga de la historia del mundo. La batalla del Campo de los Mirlos (porque así se traduce el nombre de Kosove Poliye) dura ya más de seiscientos años. El 28 de junio del año 1389 empezó la batalla más importante de la historia de los serbios. La madre de todas las batallas, la madre de la identidad nacional serbia. Una madre terrible porque, como Saturno, devora a sus propios hijos.

Aprovechando una época de crisis interna en Serbia, el Imperio Otomano invadió su territorio. Al encuentro de 40.000 turcos bajo el mando del sultán Murad I, salió un ejército de 25.000 serbios y también de húngaros, bosnios y polacos, entre otros, con el príncipe Lázaro Hrebeljanović al frente. A costa de enormes pérdidas, el ejército del príncipe consiguió mantener el campo, pero él mismo cayó en manos de los turcos y, en consecuencia, su cabeza cayó también. Y aunque la muerte del príncipe Lázaro hubiera podido significar la derrota total de sus hombres, no fue así. No fue así porque el sultán Murad I también encontró la muerte en la misma batalla. El hijo de Murad, Bayezid I (el Bayaceto de los españoles, el mismo que años más tarde derrotaría a los cruzados de Segismundo de Luxemburgo) ordenó la retirada de todas sus fuerzas. Decidió que lo más urgente era ocupar el trono que su padre había dejado vacío.

De este modo, la batalla de Kosove Poliye no tuvo vencedor. Nadie venció, ni nadie fue vencido (salvo los muertos, claro ésta). La batalla no tuvo final. Sólo un tenso intermedio que para Serbia, que había perdido la flor de su nobleza, supuso años de creciente decadencia. Unas siete décadas que terminaron con una definitiva y larga dominación turca que, para los serbios, no significó otra cosa que la simple continuación de la batalla. El mito que nació de ella compartiría su lugar con las más terribles atrocidades y con un odio que se convirtió en el modo de vida de generaciones enteras. (La vendetta siciliana parece un juego inocente al lado de la “tradición” de venganza que marca generación tras generación la vida social del pueblo albanés estructurado en clanes familiares).

Junto a las tropas turcas lucharon la mayoría de los albaneses, y la posterior ocupación otomana de Serbia supuso el primer paso en la configuración del mapa contemporáneo de odios étnicos en los Balcanes. Los albaneses, bajo dominación turca, empezaron en gran número a asimilar el islam y bajo la protección del Imperio Otomano colonizaron la región que dentro de unos meses se convertirá en un nuevo estado llamado Kosova.

El artificio de Kosova

No es éste el lugar adecuado para discutir la historia de los pueblos balcánicos, probablemente la historia más compleja del mundo. Pero dos hechos nos pueden servir como último referente.

Resulta que dos regiones históricas, Kosovo (tierra de los mirlos, en serbo-croata) y Metohija (tierra de las iglesias, en griego), conocidas bajo el mismo nombre administrativo de Kosovo, adquirirán entidad de Estado bajo el nombre de Kosova. El cambio de la última letra es importante y refleja mucho más que un simple juego lingüístico. La forma Kosova es una versión albanesa de un topónimo original eslavo y no significa nada en ningún idioma, ni siquiera en el propio albanés. No es éste un fenómeno nuevo: la palabra Michigan no significa nada en inglés, siendo así que, en el idioma de los nativos americanos, mishshikamaa significaba “este gran lago”. Dublin tampoco significa nada en inglés, sino que procede del gaélico dubh lin, que quiere decir “aguas oscuras”.

El segundo hecho es que Kosovo, cuna de la identidad serbia, sede de algunos de los monasterios más bellos de Europa, está habitada por una población que, en su 90 por ciento, es albanesa. El monasterio de Decani, el Patriarcado del Monasterio de Pec, el monasterio de Gracanica y la iglesia de la Virgen de Ljevisa son ya sólo símbolos de un pasado que sin lugar a duda no es compatible con la nueva identidad que se llamará Kosova.

Por primera vez desde del año 1945, en Europa nacerá un estado como consecuencia de una declaración unilateral de independencia. Para vencer las posibles reticencias de España, Bélgica, Grecia y Chipre, los negociadores inventaron un concepto nuevo: “independencia coordinada por la UE”, que no es otra cosa sino una maniobra semántica para esconder lo que todos ya saben: tutelada o no por la UE, Kosova va a declarar su independencia de Serbia en los próximos meses. Y la tarea de la Unión Europea será ayudar a los albaneses de Kosova a crear un contenido nuevo para este nombre que no significa nada.

Pero, ¿qué les pueden ofrecer Merkel, Sarkozy y Bush? Pues sólo eso, la construcción de un estado. Una nueva “píldora del día después” aplicada por la diplomacia de la Unión Europa y de los EEUU, que ya en su propia esencia lleva una carga de violencia y de muerte. Un hecho que, de nuevo, pone de manifiesto que la necrofilia es una propiedad natural del estado moderno. La respuesta ante la violencia ha sido más violencia, y la supuesta solución diplomática no es más que una nueva semilla de violencia.

Un viejo dicho serbio reza: “nosotros y los rusos somos doscientos millones”. Pero el problema no es solamente la humillación de Serbia, y la consiguiente de Rusia, en una nueva época de reconstrucción de su entidad como potencia mundial (lo cual no es un problema menor). Como trasfondo aparece una pregunta: ¿hasta qué punto este nuevo capítulo de la batalla del Campo de los Mirlos puede afectar una vez más a otras regiones importantes para Rusia, la Unión Europea y los EEUU? ¿Qué consecuencias puede desencadenar esta decisión en el Cáucaso, con varios conflictos secesionistas en marcha, en Ucrania, amenazada por la división entre sus partes oriental y occidental, en Grecia y Macedonia, con importantes minorías étnicas deseosas de independizarse, en Chipre, donde Turquía mantiene su protectorado sobre la mitad ocupada de la isla, o en Francia, ante el movimiento independentista de Córcega, entre otros? Y finalmente, ¿cómo influirá este nuevo episodio de la batalla más larga de la historia en el desarrollo de acontecimientos que nos son mucho más cercanos?

Es difícil responder a estas preguntas, desde luego. Pero, aunque nos intentarán convencer de que la creación de un nuevo estado, Kosova, ha sido la mejor solución, yo no lo creeré. No lo creeré, porque cuando la solución pasa por una “píldora del día después” está claro que no se tiene ninguna solución. Y, al final, los escenarios más tenebrosos acaban por reaparecer como viejos fantasmas para, una vez más, demostrarnos que no es el estado quien nos salva de la violencia y de la muerte.

El nuevo Estado de Kosovo: una “píldora del día después”

El nuevo Estado de Kosovo: una “píldora del día después”





Hubo allí una guerra, ¿recuerdan?, ilegal e injusta, tanto como la de Irak o incluso más, pero que todos los países europeos apoyaron secundando a los Estados Unidos. A un país europeo, Serbia, se le amputó un pedazo de su territorio nacional. Kosovo. En el fragmento segmentado se ha construido un nuevo Estado de religión musulmana y sistema político caciquil: se llama Kosova. Y ahora, ¿qué? Artur Mrowczynski–Van Allen, buen conocedor de la zona, compara la situación con el reparto masivo de píldoras abortivas entre las mujeres violadas durante la guerra de los Balcanes: una solución artificial para una tragedia que permanece. Un punto de vista, en todo caso, muy bien informado.

El 13 abril del año 1999, en los periódicos occidentales apareció esta noticia en grandes titulares: “¡El Vaticano retira su apoyo económico a las iniciativas humanitarias de la ONU!” ¿Qué había pasado? Mons. Elio Sgreccia, obispo vicepresidente de la Academia Pontificia para la Vida, institución fundada por Juan Pablo II, comunicó que, dado que el suministro de píldoras abortivas formaba parte del programa mundial de “ayuda” a los refugiados que aplicaban varios organismos pertenecientes a la ONU, la Iglesia Católica no podía colaborar con estas organizaciones.

Esta “ayuda humanitaria” basada en una “solución médica” (sí, podríamos hablar también de “solución final”, con todas las intuiciones que pudieran despertar en nosotros estas palabras) había sido promovida por UNICEF como remedio para el sufrimiento de miles de mujeres de todos los bandos en la última Guerra de los Balcanes. Mujeres víctimas de bestiales violaciones, que intentaban sobrevivir en medio de un infierno. A menudo rechazadas por sus propias familias, esas mujeres aceptaban inconscientemente esta “ayuda”, convirtiéndose de nuevo en víctimas, esta vez de un proceder que les llevaba a matar a sus propios hijos. Sí, hijos fruto de la violencia y del odio, pero del todo inocentes. El remedio ofrecido por Occidente para el baile balcánico de la muerte era más muerte. Muerte elaborada en grandes laboratorios farmacéuticos europeos y distribuida gracias a las gestiones de los funcionarios de Bruselas o Nueva York, muy preocupados por la paz en los Balcanes.

Una batalla de seiscientos años

Con estos medios, y otros igualmente modernos, y con ideas no menos ilustradas, los estados modernos intentaban realizar su autoproclamada vocación de pacificadores de los atávicos conflictos étnicos y sobre todo religiosos. Inspirados por su fe en la razón moderna, armados con bienintencionadas proclamas políticas y seguramente también con una gran dosis de buena voluntad, decidieron enviar los F-16 al Campo de los Mirlos. Al escenario de la batalla más larga de la historia del mundo. La batalla del Campo de los Mirlos (porque así se traduce el nombre de Kosove Poliye) dura ya más de seiscientos años. El 28 de junio del año 1389 empezó la batalla más importante de la historia de los serbios. La madre de todas las batallas, la madre de la identidad nacional serbia. Una madre terrible porque, como Saturno, devora a sus propios hijos.

Aprovechando una época de crisis interna en Serbia, el Imperio Otomano invadió su territorio. Al encuentro de 40.000 turcos bajo el mando del sultán Murad I, salió un ejército de 25.000 serbios y también de húngaros, bosnios y polacos, entre otros, con el príncipe Lázaro Hrebeljanović al frente. A costa de enormes pérdidas, el ejército del príncipe consiguió mantener el campo, pero él mismo cayó en manos de los turcos y, en consecuencia, su cabeza cayó también. Y aunque la muerte del príncipe Lázaro hubiera podido significar la derrota total de sus hombres, no fue así. No fue así porque el sultán Murad I también encontró la muerte en la misma batalla. El hijo de Murad, Bayezid I (el Bayaceto de los españoles, el mismo que años más tarde derrotaría a los cruzados de Segismundo de Luxemburgo) ordenó la retirada de todas sus fuerzas. Decidió que lo más urgente era ocupar el trono que su padre había dejado vacío.

De este modo, la batalla de Kosove Poliye no tuvo vencedor. Nadie venció, ni nadie fue vencido (salvo los muertos, claro ésta). La batalla no tuvo final. Sólo un tenso intermedio que para Serbia, que había perdido la flor de su nobleza, supuso años de creciente decadencia. Unas siete décadas que terminaron con una definitiva y larga dominación turca que, para los serbios, no significó otra cosa que la simple continuación de la batalla. El mito que nació de ella compartiría su lugar con las más terribles atrocidades y con un odio que se convirtió en el modo de vida de generaciones enteras. (La vendetta siciliana parece un juego inocente al lado de la “tradición” de venganza que marca generación tras generación la vida social del pueblo albanés estructurado en clanes familiares).

Junto a las tropas turcas lucharon la mayoría de los albaneses, y la posterior ocupación otomana de Serbia supuso el primer paso en la configuración del mapa contemporáneo de odios étnicos en los Balcanes. Los albaneses, bajo dominación turca, empezaron en gran número a asimilar el islam y bajo la protección del Imperio Otomano colonizaron la región que dentro de unos meses se convertirá en un nuevo estado llamado Kosova.

El artificio de Kosova

No es éste el lugar adecuado para discutir la historia de los pueblos balcánicos, probablemente la historia más compleja del mundo. Pero dos hechos nos pueden servir como último referente.

Resulta que dos regiones históricas, Kosovo (tierra de los mirlos, en serbo-croata) y Metohija (tierra de las iglesias, en griego), conocidas bajo el mismo nombre administrativo de Kosovo, adquirirán entidad de Estado bajo el nombre de Kosova. El cambio de la última letra es importante y refleja mucho más que un simple juego lingüístico. La forma Kosova es una versión albanesa de un topónimo original eslavo y no significa nada en ningún idioma, ni siquiera en el propio albanés. No es éste un fenómeno nuevo: la palabra Michigan no significa nada en inglés, siendo así que, en el idioma de los nativos americanos, mishshikamaa significaba “este gran lago”. Dublin tampoco significa nada en inglés, sino que procede del gaélico dubh lin, que quiere decir “aguas oscuras”.

El segundo hecho es que Kosovo, cuna de la identidad serbia, sede de algunos de los monasterios más bellos de Europa, está habitada por una población que, en su 90 por ciento, es albanesa. El monasterio de Decani, el Patriarcado del Monasterio de Pec, el monasterio de Gracanica y la iglesia de la Virgen de Ljevisa son ya sólo símbolos de un pasado que sin lugar a duda no es compatible con la nueva identidad que se llamará Kosova.

Por primera vez desde del año 1945, en Europa nacerá un estado como consecuencia de una declaración unilateral de independencia. Para vencer las posibles reticencias de España, Bélgica, Grecia y Chipre, los negociadores inventaron un concepto nuevo: “independencia coordinada por la UE”, que no es otra cosa sino una maniobra semántica para esconder lo que todos ya saben: tutelada o no por la UE, Kosova va a declarar su independencia de Serbia en los próximos meses. Y la tarea de la Unión Europea será ayudar a los albaneses de Kosova a crear un contenido nuevo para este nombre que no significa nada.

Pero, ¿qué les pueden ofrecer Merkel, Sarkozy y Bush? Pues sólo eso, la construcción de un estado. Una nueva “píldora del día después” aplicada por la diplomacia de la Unión Europa y de los EEUU, que ya en su propia esencia lleva una carga de violencia y de muerte. Un hecho que, de nuevo, pone de manifiesto que la necrofilia es una propiedad natural del estado moderno. La respuesta ante la violencia ha sido más violencia, y la supuesta solución diplomática no es más que una nueva semilla de violencia.

Un viejo dicho serbio reza: “nosotros y los rusos somos doscientos millones”. Pero el problema no es solamente la humillación de Serbia, y la consiguiente de Rusia, en una nueva época de reconstrucción de su entidad como potencia mundial (lo cual no es un problema menor). Como trasfondo aparece una pregunta: ¿hasta qué punto este nuevo capítulo de la batalla del Campo de los Mirlos puede afectar una vez más a otras regiones importantes para Rusia, la Unión Europea y los EEUU? ¿Qué consecuencias puede desencadenar esta decisión en el Cáucaso, con varios conflictos secesionistas en marcha, en Ucrania, amenazada por la división entre sus partes oriental y occidental, en Grecia y Macedonia, con importantes minorías étnicas deseosas de independizarse, en Chipre, donde Turquía mantiene su protectorado sobre la mitad ocupada de la isla, o en Francia, ante el movimiento independentista de Córcega, entre otros? Y finalmente, ¿cómo influirá este nuevo episodio de la batalla más larga de la historia en el desarrollo de acontecimientos que nos son mucho más cercanos?

Es difícil responder a estas preguntas, desde luego. Pero, aunque nos intentarán convencer de que la creación de un nuevo estado, Kosova, ha sido la mejor solución, yo no lo creeré. No lo creeré, porque cuando la solución pasa por una “píldora del día después” está claro que no se tiene ninguna solución. Y, al final, los escenarios más tenebrosos acaban por reaparecer como viejos fantasmas para, una vez más, demostrarnos que no es el estado quien nos salva de la violencia y de la muerte.

La independencia de Kosovo: el fin de Europa

La independencia de Kosovo: el fin de Europa



La frase es del ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov: la independencia de Kosovo significará el final de Europa. ¿Exageración? No: la declaración unilateral de independencia por el “gobierno” musulmán-albanés de Kosovo es semilla de guerras futuras. La opinión de los especialistas es casi unánime. La agencia rusa RIA Novosti ha pedido a varios analistas y expertos políticos europeos que opinen sobre ello. Su juicio es unánime: no podía haber nada peor para la estabilidad en la región. La legalidad internacional queda también fuertemente afectada. Sólo los Estados Unidos sacan beneficio del lance. Europa, doblegada bajo los intereses de Washington, no sabe reaccionar.

Estos son los analistas consultados por RIA/Novosti, y estas sus opiniones:

Alexander Rahr, analista político en el Consejo alemán de relaciones exteriores:

“La declaración unilateral de independencia del Kosovo, y especialmente su reconocimiento por los países europeos, puede abrir una Caja de Pandora. Crea un precedente para otras repúblicas separatistas y regiones autónomas, que pedirán acciones similares y los mismos derechos que se ha garantizado a los kosovares. Los vascos pueden pedir su secesión de España; los tiroleses, la secesión de Italia y la minoría húngara su separación de Rumanía; los caucasianos del norte, su secesión de Rusia (…). Pero Occidente piensa que Lavrov dramatiza porque los separatismos se tensan con los problemas económicos, mientras que Europa confía en que su economía es estable, lo bastante para que no haya riesgo de separatismos. Sin embargo, el peligro existe, y las palabras de Lavrov, que no se han considerado importantes hoy, quizá puedan tener más significado dentro de unos años”.

John Laughland, periodista británico, coautor del libro Russia: The New Cold War? (Vallentine Mitchell, Londres, 2007):
“Yo apoyo la posición rusa sobre Kosovo porque tiene el mérito de la coherencia, mientras que la posición occidental es inconsistente y contradictoria. Occidente (la UE más EEUU) apoya la independencia de Kosovo pero se opone a la de Flandes, el norte de Chipre, la república Srpska (serbia) en Bosnia, Transnistria, Osetia del sur, etc. Al mismo tiempo, ese Occidente se opone a la división del Kosovo, cuando al norte de Mitrovica sólo viven serbios. La independencia del Kosovo estimulará llamamientos similares a la independencia en el oeste de Macedonia, el valle de Presevo y puede que indirectamente en el Cáucaso. Además, Kosovo no puede ser independiente actualmente. La UE desempeña para la ONU una función de protectorado. Hay planes para enviar miles de oficiales y policías al Kosovo post-estatus, mientras que 16.000 hombres de la OTAN permanecen allí. Kosovo ha tenido más independencia real cuando estaba bajo Serbia que ahora bajo la ONU o que la que tendrá en Europa. Lavrov tiene razón cuando dice que la independencia del Kosovo sería el comienzo del fin de la Europa actual, porque el estatuto del Kosovo fue fijado por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU (la 1244). Si la UE y los EEUU contradicen esa resolución, que dice que Kosovo es parte de Serbia, demostrarán su desdén a la ley internacional y mostrarán ellos mismos que no ofrecen garantías como socios internacionales (…).
Jan Carnogursky, ex primer ministro eslovaco (1991-1992), experto en Kosovo:
“El reconocimiento de la independencia de Kosovo es una tragedia para los serbios, por cuanto Kosovo es parte fundacional de su propia historia. El estado Serbio nació en Kosovo y los territorios adyacentes en los siglos IX y X. La ortodoxia serbia también tiene sus raíces aquí, desde que San Savva, el más reverenciado santo de Serbia, fundara numerosos monasterios en el siglo XIII. La provincia fue el corazón del estado serbio en la primera mitad del siglo XIV. Lavrov dice que la independencia de Kosovo puede ser el comienzo del fin de Europa; es una dramática, pero esencialmente correcta perspectiva sobre el problema. Moscú nunca ha aprobado la política occidental hacia Kosovo y la antigua Yugoslavia. Aunque jugó un papel clave para detener la guerra en 1999, Rusia fue el único miembro del Grupo de Contacto al que no se asignó un sector de responsabilidad en la provincia. Cuando los paracaidistas rusos marcharon sobre Pristina en junio de 1999, los serbios los acogieron con júbilo, porque siempre habían visto la presencia rusa como la mejor garantía de sus derechos. Por desgracia, los acontecimientos de Kosovo demuestran que la geopolítica puede fácilmente derrotar a los principios morales y legales en el siglo XXI. La secesión de Kosovo respecto a Serbia, sin el acuerdo de Belgrado, crea un precedente para Abjazia, Osetia del Sur y Transnistria, y da a Moscú derecho moral a reconocer la independencia de las repúblicas post soviéticas que se hallan divididas, con una parte de la población que quiere volver a depender de Moscú”.
Daniel Vernet, director de la sección de relaciones internacionales en Le Monde:
“Las palabras de Lavrov son demasiado dramáticas. La decisión de dar la independencia a Kosovo está lejos de ser la ideal, pero, en las actuales circunstancias, es el mal menor. Si recuerdo bien, es la política que Slobodan Milosevic siguió desde 1989 la que llevó a la actual situación. En cuanto a sus consecuencias geopolíticas, no creo que nadie quiera beneficiarse de la independencia de Kosovo como un pretexto para desestabilizar los Balcanes o las regiones europeas adyacentes. Pienso que el sentido común predominará y que las consecuencias internacionales de la independencia de Kosovo serán mínimas”.
James George Jatras, director del Consejo americano para Kosovo:
“La administración albanesa musulmana de Kosovo, supervisada por la ONU, saca una declaración de independencia pidiendo el reconocimiento de los Estados Unidos y otros países. Por supuesto, Serbia lo rechazará, como también Rusia y China, cuyo veto en el Consejo de Seguridad tendrá que ser superado por los EEUU. Se está subestimando el hecho de que esto carece de cualquier apariencia de legalidad en el sistema internacional. Es la primera vez que un grupo de países propone separar parte del territorio de un Estado sin su permiso (desde luego, muchos países han sido vencidos y ocupados y obligados a firmar tratados por los que cedían territorios. Benes firmó la cesión de los Sudetes en 1938. Pero ninguna mano serbia ha firmado nada sobre Kosovo). Las garantías internacionales sobre la integridad territorial, tal y como figuran en la Carta de las Naciones Unidas y en el Acta Final de Helsinki, se convertirán en letra muerta.
La acción de los EEUU será también un duro golpe para la que tal vez es la única parte del sistema de la ONU con valor real: el Consejo de Seguridad, que ha ayudado a prevenir guerras mayores desde 1945 (…). Devaluar la posición permanente de Rusia en el Consejo de Seguridad frustrando su veto es un gran ‘plus’ para Washington, cuyo mensaje a Moscú se entenderá así: “Piense usted lo que piense, todavía estamos como en 1999. Nosotros podemos hacer lo que queramos y usted no podrá pararnos”. La acción de los Estados Unidos, apoyada por nuestros “aliados” eslavos en Europa, no cambiará el estatuto de Kosovo. El estatuto de Kosovo es claro: es una parte de Serbia con presencia internacional mientras Serbia la ha aceptado. Tras una declaración unilateral de independencia, y si llega el reconocimiento de algunos países, comenzará una competición entre estados favorables y contrarios. Aunque Washington pretenda absurdamente que Kosovo no siente precedente, ningún gobierno de ningún estado multiétnico podrá reconocer a Kosovo por el evidente peligro que implica.
Kosovo nunca será miembro de la ONU. Serbia querrá recuperar el control del área norte de Kosovo y quizá también de algunos de sus enclaves. No será el preludio de una partición, sino la liberación de una parte de Serbia que fue ocupada por un régimen ilegítimo, criminal y separatista en Pristina, apoyado agresivamente por poderes extranjeros. Ello puede llevar a los albaneses y sus apoyos a decidir abrir un nuevo ciclo de violencia atacando a los serbios, de la que queda allí un tercio de la población que había en la preguerra, y que será erradicada y el resto de sus iglesias, destruidas. Las áreas de Kosovo controladas por Albania caerán en las redes negras del crimen organizado (drogas, esclavos, armas) y del terrorismo yihadista bajo un “gobierno” compuesto por criminales de guerra e implicados en la mafia albanesa. Lejos de estabilizar el oeste de los Balcanes, la inestabilidad se perpetuará por la alienación de Serbia (…)”.