lunes, 22 de octubre de 2007

Guerra a la vulgaridad: ¿Quién dijo que la especialización es buena?

Guerra a la vulgaridad: ¿Quién dijo que la especialización es buena?











Hoy rendimos pleitesía a la especialización como si fuera el remedio para todos los males. Sin embargo, hace mucho tiempo se vio que la especialización excesiva era un camino directo a la barbarie. En esa barbarie vivimos, y ella es la que ha elevado a la gloria a ciertos economistas que, pese a gobernar las vidas de millones de personas, carecen de la menor idea general sobre la existencia. Vamos a romper con la vulgaridad.
A Eduardo Arroyo se le debe la siguiente frase lapidaria de fondo y forma contra la vulgaridad: "La vulgaridad tiene la virtud de bloquear el pensamiento". En efecto, el amor y gusto por lo vulgar , tiene otro factor coadyuvante en su negativa influencia en la política: el culto por la especialización en las ciencias sociales. Vamos a reseñar lo que economistas filósofos han dicho sobre el tema.

Ortega y Gasset, en su famosa Rebelión de las masas, escribe lo siguiente: “La especialización comienza precisamente en un tiempo en que se llama hombre civilizado al hombre enciclopédico. El siglo XIX inicia sus destinos bajo la dirección de criaturas que viven enciclopédicamente aunque su producción tenga un cierto carácter de especialización. En la generación siguiente la ecuación se ha desplazado y la especialización empieza a desalojar dentro de cada hombre de ciencia a la cultura integral. Cuando en 1890 una tercera generación toma el mando de Europa, nos encontramos con un tipo de científico sin ejemplo en la Historia. Es un hombre que de todo lo que hay que saber para ser un hombre discreto, conoce sólo una ciencia determinada y aún de esa ciencia, sólo conoce bien la pequeña porción en la que él es activo investigador. Llega a proclamar como virtud el no enterarse de cuanto queda fuera del angosto pasaje que especialmente cultiva y llama diletantismo a la curiosidad por el conjunto del saber. Ello simboliza y en gran manera constituye el imperio actual de las masas, y su barbarie es la causa más inmediata de la desmoralización europea. (...) el hombre masa se sentiría perdido si aceptase la discusión e instintivamente repudia la obligación de acatar esa instancia suprema que se encuentra fuera de él. Se ha apoderado de la dirección social un tipo de hombre a quien no interesan los principios de la civilización”.


Otro hombre de categoría de nuestro tiempo es Galbraith, quien en su Sociedad Opulenta dice: “Los primitivos razonamientos eran menos precisos, pero más ambiciosos. Smith, Malthus, etc., eran creadores de sistemas. Los pequeños detalles eran granos de anís para sus poderosos molinos mentales. En consecuencia, sólo podían participar en el debate individuos de gran talla. En nuestro siglo el problema se ha ‘democratizado’. Pocos son los individuos dotados de una visión cósmica de la sociedad. Se dice que cada generación sólo produce un filósofo. Pero todos podemos decir algo sobre la prioridad de las máquinas-herramientas en un plan quinquenal. Y aquí reside el peligro mayor de la polémica sobre el desarrollo. Nos hemos enfrentado con entusiasmo sobre aspectos parciales de la cuestión. Pero hemos omitido la integración de todos ellos en un conjunto general lógico”.


En mi vida en el mundo del pensamiento las doctrinas han tenido como idea fuerza la de minimizar y, en lo posible, eliminar las consecuencias en la acción pública de una pléyade de economistas, a ninguno de los cuales se puede citar como autores de un sistema de ideas. De ahí lo difícil o imposible que es ligar nombres famosos a ideas generales concretas. No necesito dar nombres; haga el lector la prueba por sí mismo. Pero esta insuficiencia de origen no ha impedido que hayan gobernado la economía y la vida de millones de personas.


Alvaro Kröger

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