miércoles, 8 de agosto de 2007

¿Que hacer con el Estado?

¿Que hacer con el Estado?

Una buena pregunta que todavía no tiene respuesta. Pero no tengamos la menor duda que debemos encontrarla cuanto antes. Obviamente debemos ser realistas: la reforma del Estado no tiene buena prensa. Ya sea porque el tema fue mal tratado o porque la resistencia cultural es demasiado grande, el hecho es que cuando se habla de reforma, siempre se la asocia con privatizaciones, "acomodos", "curros", pérdida de soberanía y demás estupideces. En general la gente no confía en quien propone éstas medidas, no visualiza la verdadera necesidad de cambiar al Estado y sigue pensando que los problemas son producto de la mala utilización política que se realiza en nuestros entes públicos.
En segundo lugar, existen muchos intereses para que la reforma no se haga, el status quo actual favorece a muchísimos sectores, empezando por los sindicatos, pero también a quienes no han entendido que el mundo cambió y que ya no es posible seguir utilizando los cargos públicos para carreras políticas o intereses político-partidarios. Y finalmente: ¿hasta qué punto el aparato político está dispuesto a arriesgar sus prerrogativas en relación con lo que hoy supone el control del aparato estatal?. El reparto de cargos en la administración pública y el uso discrecional que se hace de ellos, continúa siendo la base principal de acuerdos políticos. Se sospecha que la modernización del Estado impedirá éstas prácticas y disminuirá el poder político de los cargos de confianza.
Los desafíos no son pocos, pero a pesar de todo, la lógica de la supervivencia como país indica que se puede triunfar sobre ésos bloqueos. Tampoco existen hoy proyectos de reformas técnicamente elaborados y políticamente viables a partir de los cuales se pueda buscar un consenso. Sólo hay grandes declaraciones principistas, enunciados voluntaristas, que marcan orientaciones, pero no más.
Posiblemente hoy la viabilidad de una futura reforma del Estado pase por comprender que es indispensable para iniciar un proceso de desarrollo autosostenido. La competividad de nuestro sistema económico, en términos globales, requiere de cambios profundos en la red institucional en la cual desarrollamos nuestras actividades. En éste mundo brutalmente competitivo, el poder incrementar nuestra productividad, diversificar la economía, crear fuentes de trabajo seguras, crecer sostenidamente, pide una nueva institucionalidad acorde a las metas definidas.
Y por último, si pensamos que nuestra identidad nacional y nuestra soberanía como nación permanecen idisolublemente ligadas al Estado, hagamos un Estado que nos permita llegar a la prosperidad y el bienestar social, porque el actual Estado no lo puede lograr.

Pautas
a) Parece claro que en todas las actividades en que el Estado intervenga directa o indirectamente, deberá garantizar su competitividad. Quién gana es la sociedad toda. La competitividad es el garante de la calidad de los servicios y de los precios justos y accesibles. Para ello deberán prepararse las unidades del Estado para ser competitivas o retirarse del mercado manteniendo el rol de garante. La competitividad no se establece por ley o medidas macroeconómicas, éstas son el marco indispensable pero no suficiente. La competitividad se hace en cada mercado, a nivel empresarial. Dada la experiencia internacional, la competencia no se establece entre empresas, que en forma aislada compiten ferozmente entre ellas, la competencia se basa también en la cooperación, en asociaciones que se hagan para complementar acciones y ser por ello más eficientes.

b)Una eficaz colaboración y complementaridad entre el Estado y la órbita privada asegura un mejor servicio a la sociedad.Es una de las iditoteces más grandes jamás dicha, pensada o hecha el oponerse a la asociación entre entes y privados porque ello implicaría entregar nuestra soberanía. Esta falacia sólo puede explicarse por los intereses creados mencionados más arriba; el mundo está lleno de ejemplos de economías mixtas y no por eso alguien murió.

c)Propiedad, producción, gestión, regulación y testificación de mercados son cuestiones muy diferentes y siempre separables. El rol intrínseco del Estado es la regulación y control de las desviaciones del mercado y lo sabe hacer bien. Si para ésto el Estado debe ser productor (siempre que sea competitivo)o se abstraiga a ser regulador dependerá de cada circuntancia y de cada mercado pero no lo haga por cuestiones ideológicas o de principios políticos. El conocimiento empírico del funcionamiento de los mercados ya se tiene, sólo hay que ser pragmático en el momento de definir la acción en cada caso particular.
La premisa básica en que velar por mercados competitivos que cumplan un rol social se puede llegar de varias formas( unas inteligentes, otras aplicando reformas fiscales). En los casos en que se decida la inclusión del Estado en la producción competitiva, éste debe estar preparado para hacerlo bien y la entidad reguladora debe ser externa e independiente del ente estatal comprometido, si no se es juez y parte.
El tema del gerenciamiento resulta verdaderamente importante. Los problemas de eficiencia y eficacia no solamente tienen que ver con la gestión en sí misma sino en el marco jurídico-normativo en que deba moverse el ente involucrado. Los formalismos y la lentitud burocrática de los sitemas de control basados en el derecho público marcan una desventaja del Estado frente al sector privado. Este marco debe ser acondicionado si pretendemos que las empresas estatales sean competitivas y sean el referente del mercado.Deberán hacerce reformas de fondo y transformaciones jurídicas importantes para que puedan moverse en pié de igualdad con los privados. Los controles sociales sobre la gestión de una empresa estatal deberán hacerse mediante otros mecanismos, por ejemplo auditorías externas, siempre asegurando la capacidad de gestión en un marco cuya agilidad en la toma de decisiones es prioritaria. Sin dudas éste es un factor de alta irritabilidad entre los sindicatos que ven la pérdida de sus privilegios, pero de alguna forma hay que terminar con ése chantaje.
Los cambios en la administración estatal no pasan por la cantidad de Ministerios que se tenga o que se inventen, sino por la racionalización en la utilización de los recursos disponibles pasando de la actual gestión burocrática a una gestión por objetivos, eliminando las caducas reglamentaciones y normas decimonónicas y pasando a integrarse al mundo digital.
Las estructuras deben ser menos jerarquizadas, más horizontales; la iniciativa y capacidad de los mandos medios debe agilitar los trámites y mejorar la calidad y velocidad de los servicios. Esto genera concomitantemente un mayor incentivo al funcionario que ve su tarea jerarquizada.
El uso inteligente de los recursos del Estado, que en definitiva son los recursos de todos nosotros, no es difícil sólo hay que cambiar la mentalidad del siglo XIX a una del siglo XXI, de una mentalidad de Revolución Industrial a una de Revolución Informática. ¿Es complicado? No lo creo, sólo hay que empezar. Si nos quedamos en el mismo sitio, lamentándonos de las dificultades de un cambio, nunca lo vamos a hacer.

Alvaro Kröger

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