viernes, 10 de agosto de 2007

El rey del Olimpo nacional: El Estado

El rey del Olimpo nacional: El Estado

El fin del siglo XX nos ha dejado un tema pendiente de resolución, uno de los más grandes: el rol del Estado dentro de la sociedad. Durante más de un siglo el Estado se ubicó en el vértice de la sociedad uruguaya, se cometieron muchos excesos en nombre suyo y se derramó mucha sangre para controlarlo, pero la verdad es que hoy no se sabe que hacer con él. La creciente pérdida de poder de los estados-nación se ha convertido una de las principales amenazas de la vida democrática. La economía global crea una disociación entre las instituciones políticas nacionales y sus estrategias para conducir las fuerzas económicas internacionales. Los gobiernos han ido perdiendo muchos de los recursos de control económico; éste mundo caracterizado por el constante flujo de capitales, está convirtiendo a las autoridades en feroces competidores para hacerse con parte de ésos capitales. Las reglas del juego son sencillas: los capitales van allí donde exista una mejor regulación y menores cargas sociales. Los programas de inversión del gobierno deben otorgar prioridad al financiamiento de obras de infraestructura en comunicaciones, vialidad y mejora de los servicios, antes que inversiones que vayan directamente a la población. Esta situación agudiza las desigualdades internacionales, mientras que los estados-nación de los países desarrollados mantienen una gran cuota de poder, las sociedades subdesarrolladas o en vías de desarrollo están perdiendo su mayor aliado: el Estado.
La cruda realidad de la economía internacional pone de relieve la crisis de las instituciones del viejo Estado benefactor y paternalista. Y se puede ir más allá, una crisis presupone trasitoriedad, y lo que vemos no es para nada trasitorio sino que muy por el contrario estamos frente a un colapso del Estado tal cual lo concebíamos en el siglo pasado. En la era digital, la organización estatal ha devenido en un pesado lastre que gasta demasiado, no da buenos servicios y no cumple con las funciones asignadas. Se deberá pensar, proyectar y soñar con un modelo de Estado congruente con un país que quiere ser competitivo a escala internacional. Y no sólo estamos frente al fin del Estado paternalista sino que estamos frente al fin del Estado burocrático diseñado a principios del siglo pasado. Al que han llamado "Estado prescindente" en realidad no existe; se debe apuntar a un Estado muy activo, como proveedor de servicios, lo cual no supone que haga todo, sino pura y simplemente, que controle que se hagan las cosas, que se hagan y bien. En definitiva es un Estado garante que incentiva, controla, orienta, deja hacer y él mismo hace muy poco.
El centro de la discusión no es lo que debe hacer el Estado, sino cómo debe hacerlo. El actual modelo limita su rol de garante con un esquema burocrático que implica un enorme esfuerzo de control para no controlar nada y le dá un papel de hacerdor para hacer todo mal (ver combustibles, azúcar, alcoholes, etc, etc.).

El proceso de reforma iniciado en el país ha estado viciado desde el principio por una fuerte ideologización que lo condiciona. La reforma se ha enfocado como un tímido proceso de retoques, sin entender que lo que necesitamos es un nuevo Estado, no el viejo maquillado. ¿Quie se debe hacer? modernizarlo?,actualizarlo?, retocarlo?, venderlo ? o repensarlo desde los cimientos?. Algunos piensan que el problema está en el sobre-dimensionamiento, para lo cual se achica, se despide gente y se privatizan servicios. El camino seguido por Argentina ( no es el ejemplo mejor, pero es el que tenemos más cerca) demuestra que vender el Estado nos deja unos activos interesante para la reinversión, pero no soluciona el problema de fondo. La privatización de servicios es una herramienta interesante, pero no deja de ser una herramienta. Se puede reducir el gasto público achicando y seguramente se deberá achicar pero no se solucionarán los inveterados problemas que padecemos: ineficiencia, mala calidad, servicios caros, demasiadas viejas regulaciones y fundamentalmente la incapacidad demostrada de provocar procesos de reactivación productiva. Baste un ejemplo: las inversiones de Botnia y Ence tardan 5 años en conseguir los permisos estatales para producir, las unidades quedan operativas en menos de dos.
Otros piensan que el problema del Estado es por el clientelismo y los bajos sueldos. Dicho de otra forma, si los directores no fuesen cargos políticos, si se cerrara el acceso a los cargos estatales y se pagara mejor no existiría el problema. No deja de ser una visión muy elemental y primitiva del asunto. Viéndolo desde éste punto de vista la base estaría bien y sólo la mala remuneración de los funcionarios públicos sería el problema. Cómo siempre se ha transitado por el camino del medio que pasa por racionalizar y controlar el gasto, redistribuír funcionarios, cerrar el ingreso con duras pruebas intelectuales, pagar enormes sumas para que los mejores se vayan al sector privado, tercerización de servicios, modernizar algunas normas de funcionamiento, instalar computadoras y centralizar aún más las decisiones.
Pero la verdad es que estamos pensando mal el problema, estamos aplicando viejas recetas para solucionar nuevos problemas y lamentablemente nos estamos moviendo en base a viejos paradigmas. La clase dirigente sigue atada a viejas estructuras, concepciones y mitos lo cual hace imposible cualquier reforma estatal más o menos profunda.

Alvaro Kröger

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