miércoles, 10 de diciembre de 2008

La literatura en español hoy frente a los clásicos

La literatura en español hoy frente a los clásicos

Javier Díez Galán

¿Qué pasa con nuestra literatura? ¿Qué sucede con estos cientos, miles de obras que llenan las columnas de la prensa, los anaqueles de las librerías? ¿Qué pasa con esos títulos, grandes éxitos de ventas, que aparecen, flamean un instante… y luego desaparecen? ¿Qué pasa con las obras que parecen mantenerse más duraderamente? ¿Resisten la comparación con nuestros grandes clásicos? ¿Sobrevivirán como éstos al paso de los siglos?

Cuando se habla de literatura en español fuera de España se piensa en la li teratura de lengua castellana, pero no tanto en la de nuestra península, sino en la de allende los mares, en el boom hispanoamericano. Borges, Cortázar, Sábato, García Márquez, Vargas Llosa o Álvaro Mutis, entre otros, parecen ser los grandes representantes de nuestra lengua después de la guerra civil española. ¿Qué pasó entonces con el siglo XX ibérico? Salvo para especialistas o estudiosos, curiosos de lo hispano, fuera de Lorca poco se conoce. Olvidados, como tantos otros premios Nobel, nuestro Echegaray o el en otros tiempos afamado Benavente, el teatro parece desaparecido luego. La generación del 27, con autores como Lorca, A. Machado, Juan Ramón Jiménez, Aleixandre y otros, sobre todo en poesía, dejó una gran huella.

Pero la narrativa, anclada en temas de posguerra, intentando burlar la censura, pareció refugiarse en asuntos domésticos, poco interesantes en otros países, ridículos para otras civilizaciones, prescindibles, probablemente, para los tiempos venideros. Puede que parezca éste un juicio demasiado drástico, pero tal vez sea incluso muy laxo cuando se comparan a los autores del siglo XX con los clásicos, con los grandes de la literatura universal, aquellos que logran no sólo situarse un par de generaciones después en una región más o menos pequeña, sino que atraviesan los siglos y las naciones, las lenguas y hasta las civilizaciones. Es con los grandes con los que hay que medir la valía de una obra artística. El resto puede ser útil o interesante para el momento, bonito o escandaloso, fenómeno de masas o venerado durante un tiempo por los autores cultos, pero todo ello, al fin y al cabo, son fuegos de artificio. Lo bueno, si es muy bueno, tiende a propagarse (bonum diffusivum sui, decían los clásicos). Y lo mismo que quisiéramos preservar la belleza de una joven mujer, queremos que lo bueno pase a las generaciones venideras y no se agote en el presente. Hay arte efímero, pero aun por la leyenda que genera, la gran obra de arte tiende a mantenerse presente reclamando a diversas generaciones, pues su bondad se transmite de boca en boca, como su verdad.

¿Qué se hizo de los grandes creadores españoles?

Valle Inclán o Galdós pasan casi como creadores del siglo XIX, menos conocidos en el extranjero de lo que aquí se supone. España no es como Francia, cuyas glorias se expanden por el mundo entero gracias a la habilidad en vender los productos culturales que tienen en la nación vecina, la cual se alza, en ese sentido, como primera potencia mundial que bien puede disputarle el trono incluso hoy a gigantes políticos y económicos como Estados Unidos. La aldea gana con su poción mágica frente al mismo Imperio. Ahora bien, tampoco podemos decir que España sea una pequeña potencia literaria, una nación de periferia cultural. Esto no sucede en este siglo ni con la pintura ni con la literatura, y los grandes autores del pasado, penetrando en las historias del arte del mundo entero, muestran su fuerza. Eso sí, los eminentes literatos celebrados fuera, incluso casi olvidados en nuestro país, como fue Calderón, triunfan por sus propias obras y no tanto por el apoyo institucional, como en Francia, que sabe vender bien hasta su mediocridad artística y crear corrientes, ríos y aun mares de seguidores y epígonos. Sólo en las dos o tres últimas décadas enmudecida, dicen que por su afán excesivamente comercial, aunque aún está viva como reliquia de otro tiempo la grandiosa obra de Julien Gracq, casi centenario y aislado en un pueblo a la orilla del Loira.

Después de grandes autores como Baroja o Unamuno (en menor medida Azorín), poco trabajados y conocidos fuera de nuestras fronteras por el público medianamente culto, la gran renovación de la literatura en español llegó con grandes y vistosas operaciones comerciales en torno a autores americanos, con una calidad y un estilo novedosos, que tenían cosas que decir, modos enérgicos de contemplar el mundo.

Mientras, en la península, quedaban autores que o bien entraban en la línea de la novela social o eran conocidos fuera por sus dotes más filosóficas que literarias, como Ortega y Gasset. Así: R. J. Sender, Ignacio Aldecoa, Luis Martín Santos o Eduardo Mendoza, que han pasado a las historias de la literatura de nuestros escolares, van cayendo en el silencio y apenas se reeditan fuera de nuestras fronteras. Otros, como Juan Goytisolo viven también por su importancia en las estructuras de poder del mundo literario actual (prensa, academias, etc.), lo mismo que cabría preguntarse por la importancia real, por su calidad literaria, en escritoras como Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o Rosa Chacel.

A no poca distancia de Carmen Laforet, con su Nada, hay que interrogarse y ver en qué medida su éxito es también debido al apoyo institucional y promocional de lo que se ha llamado y vendido como literatura femenina o no.

Sin duda alguna, parecerían consagrados Miguel Delibes o nuestro último premio Nobel, Camilo José Cela, pero habrá que preguntarse hasta qué punto sus escritos tienen interés para los que ahora están naciendo o los que vengan dentro de un siglo. Lo mismo e incluso más todavía puede pensarse de autores de teatro como Buero Vallejo, Alfonso Sastre, Francisco Nieva, Miguel Mihura o Francisco Nieva. El único realmente relevante de modo internacional es Fernando Arrabal y aun éste es muy contestado, además de haber sido vendido como francés, por vivir en París y así acogerse a la superestructura cultural que exporta la cultura francófona, aun redactada en otras lenguas. También viven allí Kundera o Handke, entre otros.

Habrá quien objete que Sánchez Ferlosio o Torrente Ballester están consagrados, como Max Aub, pero no está tan claro si miramos las reediciones, sobre todo en otras lenguas. Teniendo obra muy lograda, habría que preguntarse hasta qué punto resiste la comparación con los grandes de la historia de la literatura mundial.

Sin embargo, en poesía gozamos todavía hoy con verdaderos ejércitos de poetas, a menudo alineados en grupos de poder para lograr ser vistos y distinguidos, a veces incluso leídos. Después de la edad de plata protagonizada por la generación del 27, los grandes nombres entre nuestras fronteras, como L. Panero, José Hierro, Ángel González o Claudio Rodríguez no son apenas traducidos y editados más allá de nuestro ámbito cultural. Tal vez Valente sea el que más haya transcendido, también con una literatura más ambiciosa.

Otros, hasta hace dos días famosísimos e ideales para el mundo comercial, como Terenci Moix, van sumergiéndose a toda velocidad en la nada. Un poco distinto es el caso de Vázquez Montalbán, también por lo mucho que se le ha editado en Francia y otros lugares. O el caso de Jorge Semprún, pero más como memorialista que como novelista.

Todavía hay quienes atribuyen hoy la falta de grandes autores a la dictadura de Franco, pero es un argumento que no termina de convencer, pues menos libertades gozaron clásicos como Cervantes, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Quevedo, Lope o Calderón, e incluso Bécquer y Valle Inclán. Monarquías absolutas, la Inquisición o gobiernos autoritarios no impidieron el alto vuelo de sus letras. Además, tal situación tendría que haber cambiado drásticamente con la llegada de la democracia, lo que no se demostró. Hubo, eso sí, grandes y excelentes artesanos del idioma, que hacían filigrana y delicia sonora con la palabra, como Juan Benet, con una gran estela de seguidores que escribían muy bien pero apenas decían nada, además de resultar casi intraducibles por basar su mérito sobre todo en algo formal y casi exclusivo de nuestra lengua, en la letra y no en el espíritu de lo que suele ser ley forjada por el genio.

Todo esto no significa que haya obra muy meritoria y autores reconocidos, como Javier Marías, Francisco Umbral. Juan Marsé o maestros del idioma como Muñoz Molina. Otros, por sus ideas y modos de escribir, adorados por sus seguidores y criticados por su estilo, pasan por raros, como Sánchez Dragó, pese a la notoriedad pública del personaje y los premios conseguidos.

El caso de escritores de éxito internacional y grandes ventas, como Arturo Pérez-Reverte, siguiendo la tradición de Dumas padre, pero sin la hondura de éste, no significa nada respecto a su peso específico dentro de la historia de la literatura. Habrá que ver si dejan o no honda huella en el futuro.

Pero una mirada general lleva a pensar en que hay mucha literatura de esa que Marx calificaría de pequeño-burguesa, no tanto porque se opongan a una revolución salvadora, sino por su corto alcance, por sus miras miopes, por su localismo o su calado poco profundo; navegación de charca o lugar pantanoso más que aventura en mar con amplios horizontes. Salvando excepciones (hay buenos escritores, entre otros, se pueden leer los nombres de Julio Llamazares o Miguel Sánchez-Ostiz), nos hallamos ante un panorama que tiende al costumbrismo, a la descripción de historias banales, asesinatos repetidos, y vidas grises en un mundo cotidiano de objetos cuyo uso ya no se conocerá dentro de poco, de palabras que en tres décadas pierden su sentido y llenan los escritos de olvido, sólo recuperables si se entra en diccionarios de época.

La operación comercial que se llevó a cabo en los años noventa para lanzar al mercado nuevas generaciones de genios ha mostrado, sólo diez años después, su flanco más débil. En el fondo se trataba de una búsqueda por encontrar nuevos temas y atrapar al lector joven, junto a los padres que querían leer cómo veían el mundo los compañeros de sus hijos, los mismos que no se veían identificados con la historia de la guerra civil y el franquismo, que viven, en definitiva, en otro mundo, el del ocio libertino y masificado, el del derroche consumista y el de la democracia y la disolución de los grandes ideales. Años después muy pocos nombres han quedado (Benjamín Prado, Marcos Rigalt, Lucía Etxebarría, etc. que aun con grandes dudas son los que más suenan). Tienen tiempo todavía de hacer una gran obra; son jóvenes promesas, dicen, y hacen bien en confiar más en el futuro que en el reciente pasado, según se ve en los resultados. Entre ellos también los hay, sin embargo, literariamente muy ambiciosos, como Juan Manuel de la Prada. Las editoriales, en cualquier caso, han asegurado así parte del relevo generacional que brillaba por su ausencia en un país que jamás tuvo tanta población educada y potencialmente lectora, aunque sea uno de los que menos lee de Europa.

Nunca los jóvenes hispanos habían sido tan amplia e intensamente educados en escuelas y como bachilleres hasta la generación de los sesenta y setenta del pasado siglo. Después, los cambios en los métodos educativos sumieron el sistema de enseñanza en el caos y el progresivo hundimiento; así como iban bajando los niveles de saber y lectura, se desecaba la savia en el desierto lector en el que tan arduamente había brotado. Esos jóvenes que hoy empiezan a acceder a puestos de relevancia en la sociedad fueron los más numerosos jamás nacidos en estas tierras y los que más difícil lo tuvieron a la hora de ocupar puestos a los que su generación anterior accedía con cierta facilidad y no pensaba soltar luego, bien agarrado cada uno a su sillón, y esto, por supuesto, ha pasado en la literatura del mismo modo que en la universidad y en otros campos. Ahora bien, lo que más llamó la atención de su joven obra era la visión material, lúdica y a la vez desesperanzada que tenían de la sociedad en que vivían, esa sociedad ideal según la pensaron sus padres, democrática y rica, aunque sin ofrecer tan fácilmente ni sus puestos de trabajo ni sus riquezas, pues ya estaba todo ocupado para cuando ellos habían crecido. Esa visión no es, en general, otra cosa que costumbrismo. Pero en vez de Pereda y Valera, como ya la inmensa mayoría es urbana y casi no se conoce el campo, surgen ambientes de discotecas y, en vez de cruzar ríos, los escritores describen peripecias al cruzar una autopista o escalar un rascacielos, cuando antes se trepaba una montaña. Al mismo tiempo, los coches sustituyen a las vacas o a los rebaños de cabras: esos rebaños que en literatura, como en cualquier campo humano, van a pacer donde les ponen pienso para que no piensen tanto y beban en abrevaderos para no tener recuerdo del agua clara.

El paso del tiempo: ese juez inapelable

El paso del tiempo va a ser atroz, tal vez afortunadamente, salvo para aquellos grandes ocultos en un mar de nombres menores que lograron ponerse encima. Buena parte del papel con el que se elaboraron sus libros se deshace ya en nuestras bibliotecas por la acidez con que fuera compuesto. Polvo, nada ha de quedar de cientos, miles de ellos. Lo que no se reedite o copie desaparecerá como en otros tiempos caían en las fauces de gusanos e insectos papiros y pergaminos, sin distinguir unas letras prescindibles de pensamientos de Aristóteles o tragedias de Eurípides, Sófocles y Esquilo. Sólo el interés que han producido en tantos, sólo su copiado continuo por pacientes trabajadores, ha permitido que tales textos transciendan naciones, imperios, repúblicas y siglos o milenios.

Tal vez tengan estos tiempos en común la falta de espíritu en general, la concentración en cosas y anécdotas, crímenes de pueblo, guerras miradas con los ojos del vecino de al lado que gasta al día cuatro horas ante la televisión tragando estupideces. Pero de lo que no cabe duda es que falta literatura de largo alcance y de grandes pretensiones, de puntos de vista fuertes, de grandes propuestas. La pequeñez se ha impuesto y no sólo en los temas. El problema literario no se da sólo entre las letras sino también en otras artes, pues el artista no expresa sino lo que es y tiene dentro.

Si falta profundidad y grandeza interior el resto es paja que arde pronto y nada deja luego. Puede haber un gran dominio técnico, pero nada o poco que decir. La intranscendencia termina así arrojando al lector al aburrimiento, a lo prescindible, a un entretenimiento entre los otros, como si se tomara un vino o viese un partido de fútbol. Pero el arte es mucho más que un entretenimiento, y por eso la literatura que no marca honda huella en el lector desaparece con el viento de los años que sopla suave el Señor de los tiempos.

La nefasta manía de la novedad

El denostado arte neoclásico (en la imagen, la espléndida escultura de Antonio Canova, Psyché reanimada por el beso del Amor, 1787), incluso el neogótico, o el arte de los romanos cuando copiaban sin empacho a los griegos, o el de los renacentistas cuando bebían a grandes sorbos en las fuentes antiguas (si novedosa es la recreación renacentista en muchas artes, ¿qué gran novedad representan, por ejemplo en escultura, los principios en que se basa un Miguel Ángel frente a los de un Praxíteles?): todo ello nos indica que una parte considerable de nuestro arte (ya no hablemos del de otras civilizaciones) está hecho de repetición o recreación.

A veces genial, pero efectuada, ¡tantas veces!, sobre moldes creados en tiempos anteriores. ¡Qué sabiduría hay en tal continuidad! La sabiduría de asumir que sólo en grandes pero esporádicos momentos puede irrumpir pletórica la fuerza creativa. Pero si las musas y dioses no nos son propicios, si el genio creador no marca el destino de un pueblo o el espíritu de unos tiempos, más vale entonces, ¡por el amor de Dios!, dejarse de búsquedas, desasosiegos y creaciones. ¡Cualquier cosa antes que una innovadora mediocridad! ¡Antes una excelente recreación o hasta una digna repetición!

Tal es nuestra desgracia: sumidos en la menos creativa de las épocas, agudizamos nuestra esterilidad empeñándonos en innovar a toda costa. Pero nuestra manía por la innovación no es una manía artística. Es ontológica. Si afecta a nuestro arte, es porque concierne a todo nuestro ser. Es la manía de los hombres que quebrantan las leyes del tiempo, que rompen con ancestros e hijos, que niegan arraigo y tradición. Sobre la página en blanco en que se transforma la historia sólo cabe trazar los cuadrados blancos sobre fondo blanco que traza Malevich.

«Antiguallas», dice, esbozando un gesto de asco, nuestra lengua. El despectivo (¿cómo extrañarse?) sólo afecta a lo antiguo. No lo hay para lo nuevo. Nos toca, pues, innovar —por una vez no nos pasará nada. Olvidémonos de las denostadas «antiguallas »: proclamemos nuestro más firme desprecio por las insoportables «noviduallas».

Foster y Moneo miran el coche como un «aliado» de la ciudad

Los arquitectos exponen sus ideas para encontrar un modelo de urbe ideal Ciudad y automóvil. Dos conceptos, dos invenciones del progreso, dos… ¿enemigos? Parece que sí. La arquitectura ha maltratado al automóvil, un arma de doble filo que nos hace más accesibles, pero también más angustiados y consumistas. Convertir ambos elementos en un matrimonio feliz es tarea ardua, pero no imposible. Al menos, así piensa el británico Norman Foster, que estuvo en Madrid para hablar de la ciudad ideal.

Norman Foster y Rafael Moneo inauguraron la III Conferencia Internacional Automoción y Urbanismo bajo el título «Europa: la ciudad ideal». El arquitecto británico declaró: «La ciudad ideal es un lugar de encuentro, con una gran variedad de gente, una rica mezcla de actividades, que aprende de la ciudad tradicional.

Hay mucho espacio verde, se puede ir muy rápido de un lugar a otro, tiene una alta densidad de infraestructuras, increíbles conexiones, excelente transporte público, y coches limpios, más seguros y más ecológicos. Es una ciudad para el futuro». Para Moneo, en cambio, el transporte público no basta para solucionar el tráfico en las ciudades, sino que hay que reinventar la cultura del coche, «esa bestia negra que hasta ahora la arquitectura ha maltratado». Los dos comparten muchas ideas, pero sirva esta anécdota de referencia: Foster ama su coche [sic] y Moneo no, al menos, «no soy tan fanático como él».

Dardos contra el espíritu [sic]

La indignación general obliga a retirar en Milán una escultura de tres niños ahorcados en un árbol

El artista Maurizio Cautelan [sic] ha vuelto a escandalizar a propios y a extraños con su última obra, tres niños ahorcados en un árbol. El escultor colocó su polémica creación en una plaza de Milán, pero la indignación general ha obligado a retirarla. Un ciudadano trató incluso de hacerlo por su cuenta y cayó al suelo desde seis metros de altura, lo que le provocó varias fracturas.

Cautelan, que conoció la fama internacional por una polémica escultura que representaba al Papa Juan Pablo II alcanzado por un meteorito, representa en su último trabajo a tres muñecos, increíblemente humanos, colgados de una cuerda en un árbol de la plaza del 24 de Mayo, en el centro histórico y una de las más concurridas.

Estaba previsto que la escultura permaneciera «colgada » hasta el 6 de junio, pero la indignación general ha obligado a retirarla.



El director del Prado pide a los museos un esfuerzo para satisfacer las demandas del público

El director del Museo del Prado, Miguel Zugaga, aseguró ayer en Valladolid que el gran reto de los directores de los museos españoles debe centrarse en «dar una mayor utilidad a sus centros artísticos» y adecuarlos en función de la demanda de los visitantes. «En estos momentos, la asignatura más importante es el espectador que acude a los museos, señaló Zugaza.

El gran momento del «arte contemporáneo»

Por su parte, la directora de la Feria de Arte Contemporáneo de Madrid (ARCO), Rosina Gómez Baeza, reivindicó el gran momento que atraviesa el «arte contemporáneo » en nuestro país, pero señaló que el gran problema actual se centra en que los museos no logran definir bien sus objetivos.



Novias cibernéticas para hombres ocupados

La tecnología avanza hasta límites insospechados. A partir de ahora los hombres que no dispongan de tiempo para una relación sentimental al uso, podrán disfrutar de una novia virtual. Una empresa de Hong Kong ha diseñado una compañera virtual o novia cibernética que puede suplir las carencias afectivas de quienes la compren. Solamente es necesario contar con un móvil de última generación, con capacidad para ver vídeo, algo que en Hong Kong es tan habitual como tener un juego de llaves.

La empresa ha definido su nueva creación «como un juego» cuya única forma de pasar de nivel consiste en comprarle a la «novia» costosos regalos virtuales como flores o diamantes. Naturalmente, la empresa Artificial Life, confirma que la relación «no admite interacciones de naturaleza sexual». La empresa ya ha anunciado que tiene planes para crear una versión masculina, para que las mujeres de negocios también tengan acceso a las relaciones virtuales.



Vea en la tele la descomposición de un muerto

Según anuncia el Channel 4 de la televisión británica, dicha cadena va a filmar la descomposición de un muerto para emitirla en una emisión en la que ya se ha visto bestialismo, antropofagia y necrofilia.



El igualitarismo nivelador: cualquiera puede ser artista

Con motivo de la presencia de México en la feria ARCO 2005, el Centro Cultural Conde Duque de Madrid acoge la obra emergente de los artistas más destacados del arte electrónico mexicano. Con una particularidad: el visitante no sólo va a mirar, también participa. Así, Público subtitulado [sic], de Rafael Lozano- Hemmer, es una instalación interactiva que detecta al público automáticamente, proyectando sobre el cuerpo de cada visitante un verbo conjugado en tercera persona. El visitante puede de tal modo comunicarse con un personaje atrapado en una pantalla que reacciona a las acciones físicas y gestos del espectador.

[sic]

También hay una instalación de realidad aumentada [sic] que invita al espectador a navegar por diferentes paisajes en una pantalla, reflejando fenómenos naturales como la niebla o la nieve.

En otra, se permite al público intervenir en la superficie de un cubo empañado, mientras que la acción poética [sic] Después de las horas busca establecer un diálogo entre los distintos clubes de música electrónica de Madrid mediante la distribución de flyers con textos poéticos. Stockartist es una obra conceptual, interactiva y participativa en Internet. Consiste en un simulador del mercado del arte, que ofrece al cibernauta la posibilidad de influir en el valor especulativo de las obras de una selección de artistas.



Una «artista» de cuatro años

Sus cuadros se cotizan a 40.000 dólares Hace un par de semanas The New York Times publicó dos fotos enfrentadas de cuadros abstractos semejantes. ¿Cuál es obra de una niña de cuatro años y cuál la de un celebrado artista (adulto)? Las dos imágenes, al menos a primera vista, eran perfectamente intercambiables.

La auténtica noticia no es que una niñita rubia de mirada intensa pinte tan bien como para merecer una exposición, sino que los cuadros de Jackson Pollock u otros maestros se parezcan tanto a los suyos. Marla Olmstead, con su treintena de obras vendidas por más de 40.000 dólares, pone de nuevo de relieve la eterna cuestión de qué es arte.

Marla, todavía en preescolar en un pueblo en el norte del estado de Nueva York, ha pasado en pocas semanas de vender sus cuadros en un pequeño café a exponerlos en una de las mejores galerías de la zona, y de salir en el diario de Binghamton a ser portada de la sección de arte de The New York Times y de la prensa internacional.

Dos mil personas acudieron a la inauguración de su exposición y ya ha conseguido más dinero y más éxito del que puede entender. Para ella, a su alrededor se mueve una gran fiesta. Su padre, Mark Olmstead, trabaja para una empresa de patatas fritas, aunque pinta en sus ratos libres y, desde que la pequeña tenía un año, la puso delante de un lienzo para que se entretuviera a su lado.

Era sólo un juego más para Marla, pero hace unos meses uno de sus cuadros le gustó tanto a un familiar que pidió tener algunas de sus obras para colgarlas en su café, Coffee Talk. Los lienzos gustaban y la madre de Marla decidió ponerles precio: 250 dólares. Se vendieron de inmediato. Algunos de sus fans ni siquiera sabían que la artista tenía sólo tres años.

Uno de sus compradores mostró su obra a Anthony Brunelli, el dueño de una galería local. Algo escéptico sobre la posibilidad de que una niña pudiera pintar algo así, Brunelli fue a visitar a los Olmstead, vio a Marla en acción, examinó su obra y se decidió a dedicarle en septiembre una exposición individual, con tanto éxito que ha repetido este mes.

Su último cuadro ha alcanzado los 15.000 dólares y Brunelli la alaba como alguien que ha sabido llevar el arte abstracto «a las masas». Marla ha perfeccionado sus técnicas. Al principio, su padre tenía que apretar los botes de pintura por ella y la guiaba. Ahora, la niña se maneja sola con pinturas acrílicas, con pinceladas directas sobre el lienzo y a veces usando sus propias manos y huellas para el toque final. Ya sabe escribir algo, así que firma sus obras, con una especie de «R» al revés. «No tenía ni idea de su talento», cuenta su padre.

En ella se puede encontrar desde una almohada- mascota que se mueve cuando se la acaricia, hasta una bolsa de viaje que, al pasar por el sensor de rayos X, descubre un mensaje de amistad para el aduanero de turno, quien puede a su vez corresponder con el sello del pasaporte del amor, que recibe al viajero con cordialidad.

La muestra se enmarca dentro del programa de diseño para el siglo XXI que, cada dos años, organizan la Unesco y el grupo japonés Felissimo con la intención de dar a conocer la obra de jóvenes diseñadores de todo el mundo .

La importancia de las sillas

Un objeto tan cotidiano como las sillas se ha convertido en uno de los elementos centrales de la exposición. Están por ejemplo las sillas unidas, que son una metáfora del lado oscuro del amor: ambas están atrapadas en una relación asimétrica. Cuando se utiliza una —cuando esa silla tiene las patas en el suelo—, la otra queda suspendida en el aire. Otras sillas recuerdan cosas más agradables. Por ejemplo la silla ougalesa, hecha con sillines de bicicleta, como homenaje a la ciudad de Ouagadugú, donde es el medio de transporte estrella.

También abundan las vajillas, entre las que destaca la de Elisabeth Paige, quien retrata en pequeños platos de cerámica la evolución emocional de una enamorada.

Hay espejos que, aunque sea una pareja la que se mire a la vez, reflejan la individualidad de cada uno; un vestido de novia hecho con el material de los trajes espaciales; humidificadores con la forma de una gota de agua, cuya pretensión es que sea el diseño el que se adapte a la persona y no viceversa; y hay asientos que provocan que el móvil se quede fuera de cobertura, con la intención de fomentar la comunicación con las personas que están a nuestro lado.

[sic]

Sillas y vajillas llenas de amor

¿Puede una silla transmitir comunicación? ¿Y una lámpara felicidad? ¿Cuánto amor puede ofrecer un cojín? Estas preguntas, en apariencia surrealistas, tienen respuesta. Para encontrarla basta con darse una vuelta por la exposición Design 21, una de las ofertas permanentes del Fórum.



Los lectores tienen la palabra

He aquí algunas de las muchas reacciones que nos han llegado. Late en ellas un sentir general: gracias a una iniciativa como El Manifiesto (y gracias —añadimos— a reacciones parecidas) estamos todos «menos a la intemperie», menos solos en una sociedad hostil.

«Un proyecto a contracorriente»

Gracias, en primer lugar, por el impresionante desafío que afrontáis con la puesta en marcha de un proyecto de esta envergadura, tan a contracorriente y con dificultades mil que ni siquiera puedo imaginar, pero que existirán. Gracias por esta corriente de aire fresco, de renovación, de originalidad, de antimolicie, de fomento de la crítica constructiva y serena, de búsqueda y asiento de la belleza, de lucha por este pañuelín al que llamamos tierra, por todo lo que queda reflejado a través de las páginas de la revista, gracias.

Salve atque fortunatus semper sis.

Juan Antonio Sánchez Rodríguez

(Salamanca)

«Estamos menos a la intemperie»

Al leeros, me ha complacido comprobar, una vez más, que uno no está tan solo como parece ante los sinsabores y cruces que nos depara el día a día en este mundo de «progreso». Pero también me siento frustrado al recordar tanto testimonio demoledor sobre esta sociedad. Expreso por tanto mi admiración ante vuestro empeño. puede que quijotesco, pero totalmente justificado. Aunque no esté de acuerdo con todo, como es natural, o piense que ciertas cosas son matizables, ¡qué reunión de pesos pesados habéis logrado reunir en este primer número! Puede desagradar cierto aroma aristocratizante o el precio de la revista, pero ¡no tiene publicidad! y la edición es impecable. Vuestro intento superador de dicotomías «derecha-izquierda» me parece muy sincero. Ánimo y a seguir adelante. Gracias a revistas como ésta, algunos estamos menos a la intemperie.

Ramón (Granada)

«¿Qué podemos esperar de esta sociedad?»

Algunas reflexiones después de leer este primer número de El Manifiesto por la que os felicito con todo mi entusiasmo. ¿Qué podemos esperar de esta sociedad? Está todo a la vista y por eso somos muchos los desesperados que no podemos esperar más. Si bien cada uno de nosotros y, a nuestra manera, nos podemos fabricar nuestro búnker espiritual, tampoco podemos hacer como si nada pasara. Angustia comprobar y verificar día a día que la basura crece y nos invade por todos lados. Por nosotros que vivimos ahora y por las futuras generaciones, no podemos seguir dejando que pase y que se pudra todo. El sentido, hoy más que nunca, es resistir y luchar contra la ambición y estupidez humanas. No duden que, si me surge alguna idea para «manifestar el Manifiesto», no vacilaré en escribirles.

Sergio Gordonas (Barcelona)

Críticas al grafismo de la revista

Me gustaría hacerles una crítica constructiva sobre la maquetación de la revista, ya que creo que si ésta fuera diferente tendría mucho más gancho. El diseño de la cubierta y el del interior no se corresponden en absoluto. En lo que a las tapas respecta, el primer golpe de vista parece una revista divulgativa de historia general, encabezada por una tipografía estilo constructivismo ruso, pero sin tampoco alcanzarlo. La verdad es que encuentro esa mezcla totalmente injustificada. Da un aspecto reaccionario a la revista, cuando, según creo yo, se pretende lo contrario.

Pilar Barceló

Muchas gracias por tu crítica. La verdad es que, salvo en tu caso, los aspectos formales de la revista han recibido un respaldo unánime y hasta entusiasta. De gustos y colores…

«Gentes de distintos horizontes ideológicos»

Algo que me gusta de la revista es que los firmantes más afamados provengan de muy distintas raleas ideológicas, lo cual no hace más que hablar bien de las intenciones del Manifiesto y del sentido último que se puede extraer de la revista y sus artículos, revista que tengo el gusto de poseer. Felicito, bienhallados amigos, la valentía de querer cambiar las cosas en un mundo acomodaticio.

Hernán Valladares Álvarez (Oviedo)

«No todos los jóvenes son como nos pintan en

la publicidad»

Tengo 18 años y soy estudiante de Derecho y Economía. Quería agradecerles este noble propósito de no doblegarse ante la nueva Trinidad televisión-fútbol-ordenadores, que parece Cursos teórico-prácticos dirigidos a todas las personas independientemente de su formación cultural, actividad profesional o relación social.

OBJETIVOS:

• Superar los nervios y enseñar a hablar en público sin miedo.

• Estimular la autoconfianza.

• Perfeccionar el autodominio

• Contagiar entusiasmo.

• Enseñar y negociar persuadiendo.

• Aprender a convencer con argumentos.

• Mejorar nuestra imagen personal y pulir nuestra comunicación no verbal.

• Adquirir temple y dominio ante cualquier situación.

• Conseguir claridad, rigor, amenidad y deleite en nuestras expresiones públicas.

• Dotar de ánimo y seguridad a nuestras relaciones humanas.

• Vencernos a nosotros mismos y ser capaces de superar los momentos difíciles.

• Decir siempre la verdad. Descubrir cuándo nos mienten o manipulan.

• Aprender a ser líderes de nuestro tiempo.

No hay comentarios: