martes, 9 de diciembre de 2008

Despertad buen caballero. ¡Ea!

Despertad buen caballero. ¡Ea!

Antonio Ruiz Vega



(Dormitaba, bajo una encina de un bosque de Castilla, un caballero ya de barba blanca, conocido en el siglo como Rodericus de la Vega, del linaje de los Chancilleres, proveniente de uno de los Doce Troncales de la vieja ciudad de Soria, cuando un viajero en hábitos de villano comenzó a sacudirle un brazo, con intención de despertarle.)

—¿Quién reclama mi atención?

—Soy el procurador del común de esta Comunidad de Villa y Tierra en la que ahora descansáis, y en cumplimiento de mis funciones vengo a haceros entrega de un memorial de agravios sobre vuestra persona que contiene dilatadas acusaciones, para que, con arreglo a los usos y costumbres de la Tierra podáis ejercer vuestro derecho a defensa como mejor sepáis o podáis.

—¿Memorial contra mi persona?

-¿Y quién lo promueve, pardiez?

—Mucha gente, mucha gente, caballero. Parece que en los últimos tiempos habéis viajado con frecuencia y allá por donde habéis pasado son muchas las leyes y disposiciones que habéis quebrantado con vuestra conducta…

—¿Y de qué se me acusa?

—¿De veras lo queréis saber?

—Sí, pues de otro modo no podré defenderme y dejar mi reputación limpia de todo baldón, que es a lo primero que aspiro, como caballero de noble cuna.

—Dicen que habéis estado ejerciendo de caballero andante por diversos lugares de las coronas de España, de Francia, y de la Gran Bretaña…

—Dicen bien, maese leguleyo, y allá donde fui no hice sino el bien, desfaciendo entuertos, liberando doncellas, corrigiendo a poderosos…

—Varias de vuestras hazañas, según consta en estos pliegos, tienen que ver con doncellas, en efecto. Parece que estuviste una temporada en Albión dedicado a perseguir dragones…

—Tal hice, maese, tal hice, aunque ningún cronista lo ha recogido, pero veo que mi fama me precede. Y allí dejé el campo cubierto con la huesa de gran mesnada de saurios que asolaban el país, muchos de los cuales tenían presas damas para su solaz…

—Y, buen caballero, ¿conocéis por ventura la lengua de aquellas latitudes?

—No, por Dios, que es germanía que me está vedada. No gozo del don de lenguas y bastante tengo con dominar con ventaja la castellana, en la que nací y en la que fui educado en mi solar paterno… Algo sé de algarabía, y chapurreo el vizcaíno y el gallego, pero de ahí para arriba…

—Ya se ve, ya se ve, caballero y deduzco que este desconocimiento os ha llevado a la confusión y al engaño, en lo que no tendréis más remedio que coincidir a poco que veáis en cuántos peligros os ha metido vuestra ignorancia. ¿Os acordáis del dragón de Lambton?

—Sí, fiera monstruosa y descomunal, engendro del demonio, al que ningún caballero isleño pudo nunca vencer y que mi brazo, auxiliado por el Altísimo y la Virgen del Almuerzo, a la que me encomendé, finó para siempre e hizo tasajo para mayor gloria de mi reputación…

—Sin embargo, caballero, el tal Dragón tenía concertado con el concejo de Lambton un convenio, ventajoso para las dos partes, mediante el cuál se establecía una contraprestación mutua. A saber: que el tal dragón tenía y disfrutaba del permiso de asolar la tierra y extraer de ella el beneficio que deseare (incluida la vida de hombre, animal salvaje o res doméstica) todos los días de la hora sexta a la nona a cambio de una tarifa de 2 peniques por minuto, y los fines de semana por una tarifa plana de 1 penique por minuto…

—Desconocía que anduvieran en pactos y componendas con la fiera corrupia…

—…Y que a cambio de tales beneficios el dicho Dragón, según se estipula en el convenio que se adjunta, traducido del sajón por un intérprete juramentado, el tal Dragón de Lambton, digo (aquí figura como Parte Contratante de la Primera Parte, pero supongo que se refiere a él), debía situarse en lugar público dos días al mes para, sin causarles mal alguno, ser contemplado por visitantes y viajeros a cambio de un óbolo que no consta y en las fiestas cristianas, benditas por la Iglesia, debía además permitir que la chiquillería se montara sobre sus ondas y le cabalgara como si se tratara de una atracción de feria…

—De fiera, debierais decir, maese, de fiera…

—El caso es que al dar muerte al Dragón habéis llevado la ruina económica a la comarca, pues habéis cortado de raíz lo que era principal recurso y fuente de trabajo para multitud de taberneros y hospederos que vivían de las bolsas de viajeros y visitantes y ahora el Honrado Concejo de Lambton os demanda, caballero, por un monto de 3.000 libras esterlinas… Y añaden los ciudadanos del término que en vano os suplicaron que cejaseis en acosar y maltratar al dragón, cosa que hicieron con lágrimas en los ojos, apostrofándoos a grandes gritos en su lengua…

—Mas yo, maese leguleyo, siempre pensé que eran muestras de agradecimiento y arrobo por la fortaleza de mi brazo y por la celeridad con la que les libré de tal plaga…

—Es lo que tiene, y perdonad mi osadía, el viajar por reinos extranjeros sin conocer su lengua, que es mal este, el desconocimiento de lenguas foráneas, que abunda entre la grey caballera de los reinos de esta parte de España. Y que debierais, al menos, pienso, suplir con la presencia a vuestro lado de un intérprete o truchimán…

—Tal cosa haré en futuras cabalgadas, si el Destino vuelve llamarme allende los Pirineos…

—Lo grave es que el de Lambton no es el único concejo que os demanda, pues hazañas parecidas cometisteis en otros lugares como Brugeford, Sussex, Cantorberri (que es nombre vizcaíno que significa: Pueblo Nuevo)… y una larga relación que más tarde podréis leer a vuestra sazón pues he de haceros entrega de copia de todo ello, para que quedéis impuesto de vuestra situación que, ya os lo advierto, no es de las más airosas. Pero os adelanto que hay varias doncellas que os persiguen buscando vuestro castigo pues matasteis a los dragones con los que vivían a su placer y conveniencia formando parejas de hecho y que ahora, privadas del sostén del saurio, quedan en la miseria y soledad. Todas os demandan pensiones por alimentos, caballero, pero teneos que la relación es larga, y todas ellas aseguran, doloridas, que os advirtieron porfiadamente que no las dejarais viudas, pero que vos, en ningún caso, atendisteis a sus súplicas de amantes desconsoladas…

—¡Y cómo hubiera podido hacerlo, velay, si tomé sus lamentos por lágrimas de agradecimiento lo mismo que su arrojarse a mis pies y sus gritos en alta voz como requerimientos a mi hombría para que cuanto antes las librara de sus fétidos opresores!

—Dejemos la halitosis anfibia, que para nada viene al caso. Para mayor agravamiento de vuestra situación, sabed que muchos de aquellos monstruos descomunales eran fines de estirpe, los últimos ejemplares de su raza, y como tales gozaban del estatuto de Especie Protegida. Hay varias denuncias de grupos conservacionistas, y éstos, os lo aseguro, no pleitean en vano… Item mas, y no quiero abrumaros, que algunos de aquellos saurios no eran varones, sino hembras, lo que añade a todo lo antedicho, la sospecha o presunción de acoso sexual o violencia de género por vuestra parte. «Nada de todo esto tiene remedio, y ateneos a lo antedicho sobre la urgente necesidad de truchimanes que todo caballero debería llevar en su cohorte… Mas dejemos por el momento las tierras de allende puertos y allende mares, que con lo que lleváis hecho por estos los reinos de Hispania basta y sobra para preocuparos… Tengo aquí un mazo de pergaminos de bastante grosor en el que he mandado coser unidos las denuncias emitidas por concejos, comunidades de Villa y Tierra, behetrías, señoríos y maestrazgos relativas todas a vuestra afición a recoger en bosques y baldíos hongos, setas, trufas y demás frutos de la tierra…

—En nada mienten, pues de un tiempo a esta parte es afición mía la de alimentarme de esos bienes de Dios que tras la lluvia afloran espontáneamente por las tierras de Castilla, Aragón y lugares de Vizcaya. Ya sean níscalos, perretxicos, galampernas, plateras, setas de cardo, champiñones y muchas otras especies que sería largo de enumerar y en cuya recolección, modestia aparte, soy un mediano experto. Pero, que yo sepa, no es delito recoger estos alimentos que, como el maná bíblico, se nos brindan sin que nadie los haya plantado, cultivado, aporcado, podado o sometido a escarda. Son gracia del Cielo a los que, como buen cristiano, tengo derecho. Todavía más cuando no hago acopio ni comercio de ellos, sino que los consumo de inmediato, ya sea a la brasa o cocidos con ajo y jamón, o en otras recetas de las que os haré gala, salvo que vuestra curiosidad os incite a conocerlas, para vuestro gobierno y agasajo estomacal…

—Dejaos de recetas, hidalgo, que vuestra situación es más apurada de lo que pensáis. Y sabed que quizá en otro tiempo fuere como decís, que tales plantas pertenecieran al primero que las encontrara y recogiera, pero ahora ya no. Pues son muchos, por no decir todos, los señoríos y concejos que han instituido una tasa por el aprovechamiento de tales productos. Y también, sabedlo, han creado cuerpos de guindillas y corchetes que patrullan los bosques sancionando a quienes no han pagado estas cantidades y llevan consigo el pergamino, con los sellos y lacres correspondientes, que lo justifica. Teniendo poder delegado del concejo o señor correspondiente para prender y llevar ante la autoridad a todo infractor de tales reglas…

—¿Qué decís? ¿Tasar por ley lo que no es más que una eflorescencia del humus, que la tierra da de sí sin semilla, abono o labor alguna? ¿Acaso pensáis que el Dios de lo creado va a permitir que hagáis trampas y trapisondas con un alimento que él brinda a sus hijos para que se alimenten y queden así nutridos a su servicio? Pero daros cuenta que si tal hacen estos malandrines, a no mucho tardar los cielos se cerrarán cuando sea conveniente y no permitirán que tales frutos entren en sazón, pues la divinidad, iracunda, castigará así ese afán de mercachifles por tasar y gravarlo todo que pronto ha de llegar –y vos y yo hemos de verloen imponer el agua que bebemos y el aire que respiramos…

—Teneos, que soy sólo el mensajero de vuestras desgracias, que no el causante de las mismas. Pero de vuestras palabras deduzco que ignoráis la tasa que ya cubre, por semestrales períodos, el uso y disfrute de aguas y manantiales potables o semipotables y que, en efecto, son varios los prohombres que han maquinado la creación de alcabalas y portazgos por este fresco aire del que disfrutamos en esta parte de Castilla. Mas no nos vayamos por los cerros de la jienense Úbeda y prosigamos en esta relación de agravios que, creedme, me causa a mí más pesar que a vos…

—Os creo, pues a mí no me causa ninguno, pues en nada he transgredido la ley de Dios ni la de Natura, y en cuanto a la de los hombres, todo caballero u hombre de bien (aunque sea nacido villano) ha de afrontar el ignorarlas todas cada amanecer, so pena de dejar para siempre de ser hombre libre. Y aún hombre a secas.

—Ni entro ni salgo, pero debo proseguir mi tarea. Veo que os acompaña un jumento o rocín de no muy buena estampa. ¿Ha pasado la revisión anual ante el veterinario de la comarca? ¿Habéis cambiado con la frecuencia necesaria sus herraduras y tienen estas el dibujo preceptivo que marca la ley? ¿Lleváis en vuestro bagaje dos banderolas carmesíes destinadas a señalar vuestros altos y descansos en el Camino Real, situando la una veinte pasos antes de vuestra montura y la otra veinte pasos detrás? Veo que no, como tampoco encuentro entre vuestras escasas pertenencias el juboncillo reflectante que manda la Santa Hermandad que ha de llevar consigo cada viajero que fatigue los caminos, para ser visto de lejos en caso de percance viario. Pues sabed, mi buen amigo, que todos estos extremos figuran en pliegos y codicilos como constitutivos de diversos delitos punibles y sancionables… Por no hablar del necesario convenio que todo caballero debe signar antes de echarse al camino con algún usurero de su gusto, desembolsando una cantidad alzada en maravedíes con la que responder de los posibles daños que causare en su deambular…

—Mas, Idioro, ¿Acaso debe un caballero andante moverse por estos reinos llevando aparte de espada, daga, rompecabezas, coraza y adarga, ese géneros de minucias inanes cuya utilidad no se me alcanza pero que convertirían su equipaje en almoneda, arcón de mercachifle o saco de truhán? ¿Y cómo pensáis que un caballero de alcurnia puede vestir otros colores que no sean los de su librea y presentar a la vista del siglo un aspecto ridículo y afrentoso con ese juboncillo reflectante del que habláis? Tales artefactos infamantes puede que deban portarlos villanos y burgueses, si su dignidad lo tolera, pero nunca caballeros, que es baldón insufrible del que, en todo caso, debiéramos quedar exentos y francos…

—Sin embargo, sabedlo, las leyes atañen a todos por igual, y nada tiene que ver la noble cuna con todo esto. Yo os advierto. También debéis saber que ahora mismo, con este vivac que habéis formado en este calvero del bosque también transgredís otra ley, la que impide la acampada libre y dispone que todo viandante que quiera pasar la noche bajo su carpa debe llevarla, así como su caballería, carro y demás impedimenta, a un lugar establecido por el concejo, donde deberá pagar un óbolo por tal merced…

—Desbarráis, amigo, en esto ya no puedo seguiros. ¿Cómo puede haber hideputa que tase a un cristiano por dormir bajo las estrellas, ya sea envuelto en frazada, bajo tienda, o arrebujado cabe su capa?

—Sin embargo, le hay. Prosigo. Hay aquí una denuncia levantada por un criado vuestro ante la magistratura gremial. Por lo visto ha estado sirviéndoos durante varios lustros sin recibir gaje alguno por sus servicios. Y lo que es todavía más grave, sin que en ningún momento le hayáis dado de alta ante el Montepío de Escuderos y Gañanes de esta parte de Castilla. Deberéis personaros en forma y fecha en la dirección que se adjunta a fin de recibir liquidación provisional a abonar en plazo…

—Bromeáis, sin duda, porque la persona de que habláis fue y —creo— es mi amigo, y con él he compartido el pan y la sal, las buenaventuras y las malandanzas del camino. Si alguna riqueza he logrado con mi brazo presto la puse en su zurrón, pues yo para nada las quiero y, como ya venís sabiendo, me alimento casi del aire…

—No tengo motivos para dudar de vuestra palabra, ni siquiera para sospechar de la bondad de vuestro buen amigo y escudero, pero debéis saber que andan por los caminos leguleyos a sueldo de los gremios y guildas, que a buen seguro se han malmetido entre vosotros, calentando su cabeza con palabras especiosas. Y vuestro escudero, que andará ya por la edad del retiro, habrá visto las orejas al lobo y andará pensando en quedar bien a cubierto de enfermedades e inclemencias. Y si no él, seguro que su coima o barragana le ha impulsado a denunciaros…

—No tenía porqué. Os aseguro que, de saber que andaba en malos pasos, con gusto le hubiera hecho don de parte o toda mi hacienda, para sostén de su vejez y alimento de su prole…

—No alardeéis, caballero, de patrimonios que a buen seguro, a esta hora, ya no son vuestros. Pero dejadme seguir. Hay aquí viejas denuncias por apaleamiento de yangüeses, liberación fraudulenta de siervos, prevaricación en el gobierno de ínsulas, sublevación de galeotes, maltrato de un felino y vuelo sin licencia en prototipo de la marca «Clavileño» (que no había pasado la preceptiva ITV) pero, por fortuna y a lo que parece, todas ellas han caducado por fecha. Algo de bueno había de tener la sempiterna lentitud de la justicia…

—Por fin ponéis en mi conocimiento algo bueno, pero tal cosa me causa poca o ninguna satisfacción porque, sabedlo, esas que enumeráis como delitos o felonías eran hasta ahora mis mayores hazañas en el Libro de la Caballería… Y en cuanto a esos yangüeses, es añadir ludibrio a la ofensa, pues fueron mis asendereadas espaldas las que aquellos tundieron y hasta tulleron bien a su sazón. Para que encima me denuncien…

—Se os acusa, en fin, de importación fraudulenta de bienes eclesiales. A saber, un cáliz de gran valor, en ágata u ónice, desde la isla de Avalón hasta la catedral de Valencia…

—Sí, que el Santo Grial le llaman, y lo obtuve por mi franca ejecutoria de caballero, superando a Arturos y Lanzarotes…

—Si tal decís, tal será, pero atravesasteis puertos y fielatos sin declararlo ni pagar sobre su valor almojariftazgo alguno, lo que está penado en este y otros reinos. Por no hablar de la denuncia que el cabildo catedralicio de Valencia ha interpuesto contra vos por intento de fraude. Al parecer el verdadero Grial no es el que vuesa merced les regaló («sabe Dios con qué intenciones», es frase que hacen figurar en su demanda los tales canónigos del Cabildo) sino otro que hay en El Cebrero, en la raya entre los reinos de León y Galicia…

—Ni entro ni salgo en materia de Bretaña, pero si tal cosa es cierta, o al menos tal creen, en buena hora me devuelvan la copa, con cuya venta quizá pueda afrontar alguno de los numerosos gajes y quebrantos que me anunciáis…

—De devolver no dicen nada, y presumo que la retendrán para resarcirse de los gastos procesales…

—Y llegados a este punto, donde no creo que las cosas puedan empeorar mucho ¿Qué me aconsejáis hacer?

—La verdad sea dicha, caballero, que no debiera aconsejaros pues soy, en alguna medida, vuestro prosecutor. Y, de hacerlo, con arreglo a las reglas de mi colegio, debería sangraros a fondo. Pero es tanta la pena que me dais y sería tan ingenuo por mi parte tratar de extraer de vuestra Triste Figura ni aún un solo maravedí que os asesoraré sin tasa ni merced, by the face.

—Esto último no lo he cogido, pero en lo demás os agradezco por vuestra bondad. Y decidme…

—No tenéis, a lo que me alcanza, patrimonio suficiente para hacer frente ni a la centésima parte de cuanto se os requiere o demanda y el primer cuadrillero de la Santa Hermandad que os encuentre os llevará a prisión quedándose con las cuatro antiguallas que todavía tenéis como recompensa por vuestra captura. De vuestro rocín, me temo que harán jigote, dada su edad y estampa. Así las cosas, caballero, os enfrentáis a una muerte infamante en prisión, pues ni aunque pudierais pagar a una cohorte de leguleyos no os librariaís de una cadena de procesos interminable que a buen seguro duraría más que vuestra vida. Si os dais a la fuga, cosa que estáis a tiempo de hacer, viviréis en el temor y la miseria, debiendo además someteros a la sevicia de ocultar vuestro nombre y apellido. Sin casa, sin patrimonio, sin haberes, cualquier día os encontrará alguien encogido a la vera del camino y sólo tendréis derecho a un entierro por beneficio de pobreza… »Pero, si queréis escucharme, todavía puede tener vuestra situación remedio, mas tendréis que seguir paso a paso mis instrucciones por extrañas y pintorescas que os parezcan. »Vuestra situación, caballero, no puede ser peor. Enumeraré vuestras desgracias. Sois castellano viejo, practicáis la verdadera religión, ni sois puto ni os gozáis con donceles, no tenéis otro vicio que un vaso de bon vino y hasta eso de higos a brevas. Encima sois varón, y de buen apellido. No podéis tenerlo peor. Otra cosa sería, por ejemplo, si hubierais nacido en algún reino de la periferia y hablarais cualquier lengua salvo la castellana. Todavía entonces tendrías ciertos derechos y gabelas de vuestro reino, pero siendo castellano… Y qué decir de vuestro empeño en seguir guardando la vieja fe de vuestros mayores; ¿tanto os costaría el haber nacido musulmán, o judío, o protestante? O, en fin, fiel de cualquier otra religión. Pero no. Y así, poco puede hacerse por vuesa merced, creedme. Lo mismo rige por vuestra obcecación insana en servir a damas (y encima al modo platónico o provenzal, sin comercio sexual, aunque ya a vuestra edad…). Si fuerais moro, o pervertido (o mejor ambas cosas), tendrías el apoyo de vuestros compañeros de religión o vicio y hasta el gobierno del reino, en su afán por amistarse con cuantas minorías otrora perseguidas mejor, os ayudaría de mil y una formas. Pero en vuestro caso… Lo mismo digo, si estuvierais en manos de alguna costumbre exótica como la inhalación de hashish o de bolas de opio o, ya poniéndonos en lo peor, si al menos hubierais nacido mujer. En cualquiera de estos casos, y no digamos ya si os hayáis incurso en varios de ellos, como acontece y frecuenta en este tiempo, un buen leguleyo os encontraría en poco tiempo casa gratis, salario del concejo, ayuda para vuestra reinserción, puesto de trabajo con horas sindicales y beneficios sociales… y un largo etcétera. Jauja. Pero, reconocedlo, lo habéis puesto tan difícil que sólo un cambio de sexo o condición puede aliviar en algo vuestras cuitas. »Ni siquiera me atrevo a sugeriros la solución mas sencilla, pues sé que no la admitiréis por vuestro equivocado sentido de la dignidad. Que tal sería el reconciliaros con vuestro escudero, que veo que ya no os acompaña, y regularizar vuestra situación, que es a todas luces la de una Pareja de Hecho, con lo que obtendríais ambos todo tipo de gabelas en breve. No alcéis la voz que ni siquiera lo planteo, pues os conozco. Hay otro camino, y os ruego que no me interrumpáis hasta que termine. »En cuanto nos despidamos debéis hacer un lío con vuestros bienes, especialmente con arneses y arreos bélicos y encenderéis gran fuego al que lo arrojaréis todo. Así pensarán que habéis muerto, sofocado por las llamas, y dejarán de buscaros. Después partiréis a toda prisa al Sur a lomos de vuestro caballo, procurando no fatigarlo antes de llegar a término. Aquí tenéis una bolsa con una pequeña provisión de maravedíes. Una vez en el Estrecho, a la altura de la plaza de Tarifa, licenciaréis a vuestra montura o bien la esconderéis en lugar seguro para luego recuperarla. Antes, con el viático que os entrego, habréis comprado en algún barrio moro chilaba y calzado de su estilo, así como un fez o rodete con el que se tocan. De esta guisa vestido, una noche, poco antes de amanecer, os introduciréis unas pocas varas dentro del océano, en lugar donde la costa sea llana y en día sin resaca ni marea, no sea que un brazo de mar os arrebate. Cuando estéis bien empapado por las ondas marinas volveréis a tierra y os daréis a ver por playas o promontorios hasta que alguna patrulla de la Santa Hermandad os detenga. Una vez que lo hagan no debéis contestarles en castellano, sino en algarabía (si, como decís, sabéis la lengua), o en cualquier lengua extranjera que conozcáis (vizcaíno, occitano, tudesco, etc.). Veréis entonces que os prenden, pero no temáis, porque esto será vuestro Incipit Vita Nova, que a seguro será mejor que la aperreada que habéis llevado hasta ahora. Pronto os alimentarán a modo (eso sí, debéis rechazar el vino y cualquier alimento que incluya cerdo o sus derivados), os vestirán a la guisa oriental y a los pocos días os darán viáticos y llaves de vuestra nueva residencia. Por vuestro porte y edad pensarán que se hallan ante moro notable, ulema, mullah o cualquier otra preeminencia de esta raza y religión, y a ello debéis acomodaros lo mejor que podáis o sepáis, haciendo abluciones y rezos con la espalda tan curvada como os lo permita la edad y la flexión de vuestras vértebras, procurando que sea en dirección a la Meca. A partir de aquí, si deseáis medrar en la nueva condición lo mejor será que estudiéis la lengua y las costumbres de vuestra nueva nación y que, entretanto, no frecuentéis la compañía de vuestros supuestos correligionarios. Pero tampoco temáis mucho si tal sucede, pues la morisma llega de docenas de diferentes reinos donde se hablan lenguas diversas y también su credo se haya dividido en muchas escuelas e iglesias, pudiendo siempre, en caso de conflicto, decir a un sunní que eres chiíta, a un chiíta que sunní, y si te topas a ambos que sufí, que es secta poco conocida y suele dar buen resultado. Entre unos y otros trucos tendréis al menos tiempo de aprender y disponer vuestra vida al mejor modo y con el menor esfuerzo, cosa que, al menos, espero que me agradezcáis en lo que vale…

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