sábado, 28 de febrero de 2009

«Testigos en el fuego»

«Testigos en el fuego» – Siempre controvertido:el dictamen sobre Stauffenberg

NO cabe duda de que en un sistema dictatorial como el nacionalsocialista todos los adversarios del régimen que operaron desde los centros de poder del odiado régimen vivieron en la ambigüedad. Pues ellos no existieron sólo en la oposición a los que mandaban, sino que también fueron siempre parte del sistema de poder que rechazaban. Con las funciones que desempeñaron colaboraron a su mantenimiento y no pocas veces lo estabilizaron. Eso puede decirse tanto de los militares como de la policía o del servicio de contraespionaje.

Los adversarios del régimen nazi notaban este dilema, que Dietrich Bonhoeffer supo definir con toda claridad. En él se hace visible la tensión de un comportamiento que cada día tenía que saber moverse en el estrecho filo que separaba la cotidiana cooperación con los jerarcas nazis de una oposición cada vez más arriesgada contra el Estado nacionalsocialista.

«¿Se nos puede usar todavía?» A esta pregunta sólo podía dar respuesta el que estuviera completamente seguro de sí mismo. Esto significaba también que él pudiera hacer a la vez una reflexión crítica sobres su propia conducta, sobre su permanente fluctuación entre una manifiesta calma en la normalidad de la vida diaria y la sensación de un estado personal de excepción.

Muchos de los que posteriormente se convirtieron en destacados adversarios del régimen nazi habían servido largos años al mantenimiento del poder de los jerarcas nacionalsocialistas, bien como jefes de la policía berlinesa (el caso del conde Wolf Heinrich von Helldorf ), bien como jefes de la policía judicial del Reich (el caso de Arthur Nebe), bien como juristas (el caso de Hans von Dohnanyi), bien como colaboradores del servicio exterior de contraespionaje (el caso de Hans Oster), bien como diplomáticos (el caso de Adam von Trott zu Solz). La cooperación con el régimen nazi resulta especialmente evidente también en el caso de los militares como Henning von Tresckow, Ludwig Beck, Friedrich Olbricht, Fritz-Dietlof von der Schulenburg, Albrecht Mertz von Quirnheim o Claus von Stauffenberg. La oposición hecha desde el centro del poder la realizan unas personas que antes habían actuado en el aparato de la dictadura y que no pocas veces habían incurrido incluso en culpas. Por ello esas personas son para el escritor Reinhold Schneider «Testigos en el fuego»: estando cargados de culpas, afrontan su res- ponsabilidad y después de actuar han de soportar grandes sufrimientos.

Muchos de estos hombres habían contribuido a su manera a los éxitos militares de las fuerzas armadas alemanas, pues se hallaban convencidos de estar sirviendo a un gobierno que favorecía la reivindicación de Alemania de volver a ser fuerte.

En la invasión de Polonia vieron un intento de revisar la Paz de Versalles; en la victoria sobre Francia descubrieron una corrección de la derrota de 1918; y creyeron que la invasión de la Unión Soviética era una guerra preventiva contra un adversario que era la encarnación del «peligro bolchevique».

Su participación en una presunta guerra defensiva era expresión de su lealtad a un Estado al que la mayoría de ellos no culpaba de los crímenes ordenados por él tanto como habríamos esperado nosotros, los que hemos nacido después de aquello. Cuando por fin se percataron del carácter inicuo del régimen era demasiado tarde. Oponerse es algo que sólo puede hacerse en los comienzos.

Pero también es decisivo lo siguiente: sólo lentamente lograron adoptar muchos adversarios del régimen, en su confrontación con la política nacionalsocialista, una actitud que puede ser calificada de reacción moral directa a las privaciones de derechos y a las persecuciones que se producían en su entorno personal. Para tomar esa decisión se necesitaba por lo general el contacto directo con la iniquidad. Eso fue lo que les ocurrió a muchos militares entre los adversarios del régimen; sólo bajo la impresión de la conducción criminal de la guerra adoptaron una decisión que a la postre significó su muerte.

El objetivo de muchos de los ensayos anteriores a éste de hacer comprensible la acción del conde Claus Schenk von Stauffenberg ha sido realizar una valoración de los presupuestos de esa decisión y una apreciación también de los riesgos a que la oposición alemana al nazismo se exponía. Una apreciación tanto de la oposición realizada como de la acción ejecutada por Stauffenberg será siempre el resultado de una valoración individual hecha por personas que han vivido después de él y que están dispuestas a tomar en consideración las experiencias que él tuvo, las vivencias que lo marcaron, sus prejuicios y sus serias confrontaciones con los retos que su época le planteaba. Esto puede hacerse de muchas maneras: con una exposición histórica y también con una película.

Siempre fue largo el camino que lleva a una acción como la de Stauffenberg, una acción de la cual hay que responsabilizarse de manera completamente personal y que ya no tiene ninguna «cobertura». Consideraciones familiares e ideas tradicionales hacían que con frecuencia la decisión de contradecir a los nazis y oponerse a ellos sólo pudiera madurar lentamente. Ambas cosas suelen ir acompañadas de conversaciones con otras personas, a menudo también de la lectura de obras filosóficas y literarias que posibilitan un distanciamiento de la realidad y colocan ante los ojos del observador una obligación que él considera superior y que resulta determinante para la acción.

La decisión de Stauffenberg de realizar un atentado contra Hitler fue el punto final de una larga evolución que no es posible dibujar exactamente en todas sus fases, pues casi todos los documentos sobre su vida fueron destruidos después del atentado del 20 de julio de 1944. Por ello, en ningún otro caso de adversarios del régimen nazi la investigación histórica sobre la época depende tanto como en el suyo de las noticias que nos han transmitido sus contemporáneos. Esto no hace más fácil la descripción de su vida, pues la mayor parte de los recuerdos referidos a encuentros y conversaciones con Stauffenberg fue formulada mucho tiempo después de la guerra. A menudo esos recuerdos reflejan la típica mezcla de cosas que uno mismo ha vivido personalmente, de cosas que recuerda, de cosas que ha preguntado y de cosas que ha leído. Por ello el acercamiento a Stauffenberg de quien reflexiona sobre él y pretende describir su vida, no desde el principio ni desde el final, sino desde el centro de las acciones y las decisiones, es un acercamiento que exige en una medida especial separar los niveles de la tradición ligados a la época de aquellos otros ligados a los recuerdos y saber valorarlos.

La cuestión de cómo reaccionó Stauffenberg a los retos y exigencias de su tiempo toca problemas decisivos de su modo de entender el mundo:

—¿Percibió él la iniquidad de manera inmediata y ligada a la situación, o bien la percibió mucho más tarde, cuando hacía mucho tiempo que se había percatado del carácter inicuo del régimen nazi y había relacionado entre sí manifestaciones de la iniquidad que al principio había sentido como menos graves?

—¿Se indignó por las violaciones de los derechos humanos o bien creyó al principio que «si se quiere hacer una tortilla hay que cascar huevos»?

—¿Se sintió a sí mismo un leal soldado de su Estado, o bien se sintió un «guerrero» de una ideología?

—¿Se apercibió desde el comienzo del carácter criminal de la guerra?

—¿O fue sólo mucho más tarde cuando extrajo consecuencias de su experiencia de que en ella estaban siendo sacrificadas absurdamente vidas humanas?

—¿Con qué radicalidad se enfrentó Stauffenberg a la realidad efectiva del Estado nazi, de la guerra ideológica y racista, del trato dado a las «etnias extranjeras», como se decía entonces?

La respuesta a estas preguntas requiere aclarar cómo reaccionó Stauffenberg desde mediados de los años treinta a la política del Estado nazi, a los preparativos de la guerra, a las difamaciones y privaciones de derechos de quienes pensaban de otro modo, a la explotación de los sentimientos, y a la radicalización de la política racista. También su confrontación con la conducción de la guerra y con la política de ocupación resulta decisiva para entender su motivación. La descripción de la confrontación de Stauffenberg con la realidad de su vida profesional, la cual le afectaba directamente y en la que tenía que salir airoso como padre de familia, como oficial de estado mayor y, a partir de 1939, como soldado combatiente, pretende examinar la suposición de que en sus decisiones reaccionó en cada caso a experiencias personales.

La crítica al mando militar se intensificó hasta convertirse en un rechazo del gobierno nacionalsocialista. Alcanzó así finalmente una radicalidad tal que ya no tomaba en consideración su propia persona. Stauffenberg estaba dominado por un solo pensamiento: Para evitar una catástrofe moral y militar era necesario matar a Hitler antes de la capitulación incondicional de los ejércitos alemanes exigida en 1943 en Casablanca por los adversarios de Alemania.

Que la historia no da saltos es una sabiduría que, de todos modos, no siempre es aplicable a la historia de la oposición. Pues ésta vive de la capacidad y de la disposición de las personas para tomar una decisión que significa, por así decirlo, un salto en el decurso de la vida y es irreversible. Quien se opone a un régimen dictatorial toma una decisión cuyas consecuencias no cabe corregir. Se decide por el máximo riesgo posible y jamás podrá contar con la clemencia de aquellos a los que se opone. Sólo tiene una posibilidad: la de acabar su vida de manera coherente.

En la biografía de los adversarios del régimen nazi que procedían de la burguesía y de los círculos militares cabe señalar una y otra vez puntos de inflexión y descubrir conexiones nuevas y cambios de vía que representan una ruptura con convicciones tenidas hasta ese momento. Eso los diferencia de los adversarios «natos» de aquel régimen: los comunistas, los socialdemócratas, los sindicalistas, los testigos de Jehová, los cristianos resueltos. Éstos nunca reconocieron el derecho de mando ideológico de los nacionalsocialistas.

La historia de la oposición militar alemana a Hitler se caracteriza por muchos nuevos comienzos, pues una y otra vez hubo que compensar los contragolpes que a sus opositores pudieron asestar sus perseguidores nacionalsocialistas. No es posible exponer esa historia como un continuum: sólo se la entiende si se presta atención a los nuevos comienzos, a las muchas contradicciones, a los fracasos paralizadores y también a la reanudación de ciertos hilos de actuación que habían sido abandonados. Todos estos hechos están bien estudiados.

Por ello la historia de esta oposición consiste cada vez menos en reconstruir hechos históricos, sino más bien en realizar una nueva valoración, en una perspectiva ética, de hechos a menudo conocidos. Esto no significa llevar una y otra vez esa oposición a la atmósfera asfixiante de los crímenes nacionalsocialistas y subrayar que también ella está cargada de culpa por su participación en los crímenes de la dictadura nazi.

Los luchadores de la oposición no fueron los últimos en reconocer su «culpa en la culpa de los criminales» (conde Helmuth James von Moltke); ninguno se sintió justificado y mucho menos se sintió libre de culpa por su participación en la oposición.

No cabe duda de que la segunda guerra mundial no fue por parte alemana una guerra defensiva, sino que fue una guerra de agresión y, siempre, una guerra librada por motivos ideológicos y racistas; por ello todo el que participó en la conducción alemana de la guerra tendrá que asumir su corresponsabilidad en la realización de objetivos ideológicos y racistas, y querrá hacerlo. En este sentido, resulta ocioso recurrir al hallazgo de nuevos documentos para declarar que los miembros de la oposición militar a Hitler fueron culpables de corresponsabilidad en los crímenes de la guerra y de la dictadura nacionalsocialista. Ellos nunca negaron esa corresponsabilidad. Son la confirmación de que las dictaduras totalitarias hacen culpables a las personas: a todas sin excepción.

El sentimiento básico de muchas personas de aquella época fue, por ello el de «estar pringadas». Por ello nunca se trató sólo de una culpa metafísica, sino de la confrontación de aquellos hombres con su participación personal en crímenes manifiestos. Así, no cabe discutir que el jefe de un grupo operativo como Arthur Nebe, el cual fue teniente general de la policía y jefe de un grupo SS, fue responsable de la muerte de más de 40.000 judíos. Pero, a la vez, en el intento de derrocamiento del régimen nazi del verano de 1944 ese mismo hombre tuvo que asumir una importante función como jefe supremo de la policía judicial alemana, lo mismo que el conde Helldorf, jefe de la policía de Berlín, que desde 1933 había estado al mando del aparato policial berlinés.

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