miércoles, 8 de octubre de 2008

Comienza la implosión del sistema capitalista

Comienza la implosión del sistema capitalista









Decir que en estos días estamos asistiendo a un colapso implosivo del sistema financiero global es muy poco decir. En realidad, presenciamos el primer indicio de eso que el gran teórico incorrecto francés Alain de Benoist venía advirtiendo desde hace años: que el final del sistema capitalista no sería explosivo, sino implosivo; es decir, que se iba a derrumbar sobre sí mismo, camino en que ya lo precedieran los comunistas. Como en el caso ruso, nadie esperaba que el punto de fractura se presentara tan de improviso, pues las previsiones menos optimistas lo situaban no antes de transcurridos unos cien años. Lo que tienen en común es que ambos sistemas implotaron por meterse en una guerra, en el mismo lugar, y no saber salir a tiempo.Tienen en común también que los rusos terminaron muy mal la guerra y los americanos la terminarán mal, muy mal (en términos políticos), a pesear de haber tenido el ejemplo de Vietnam.

A diferencia del desmoronamiento soviético, sin embargo, ahora parece imponerse la sensación de que no ocurre nada, no sólo en USA sino en todo el mundo. Casi nada, dirían algunos: desde fechas recientísimas se puede afirmar con rigor la inviabilidad del sistema capitalista, una inviabilidad que pone de manifiesto su incapacidad para sostenerse a largo plazo sin el apoyo del Estado, ese gran Leviatán que los ultra liberales aborrecen y al que atribuían la extensa nómina de nuestros males cotidianos, y que el 90% es cierto pero el 10% que falta es nuestra culpa.

Uno mira a su alrededor, compra el dierio y consulta a los amigos Económistas para buscar una respuesta a la cuestión que verdaderamente importa: y ahora, qué. La conclusión llama a la perplejidad: ahora nada. La teoría del libre mercado ha quedado falseada por la experiencia, pero hemos decidido seguir adelante como si funcionara correctamente, como si la ficción de unas fuerzas económicas capaces de suplantar la acción Estado en la búsqueda del bien común (llámese progreso, bienestar o como se quiera) mantuviera incólume su antiguo prestigio.
Sin sonrrojarse, nuestros políticos insisten en el pegajoso sonsonete del valor de las privatizaciones , nuestros empresarios en la fórmula salvadora del abaratamiento del despido, y todos al unísono vuelven sobre las viejas recetas, pero careciendo ya, visto el colapso financiero, de todo poder de convicción en cuanto a su validez teórica real, de forma que no les queda sino recrearse vanamente al menos en su probada capacidad para infligir sufrimientos gratuitos a las personas y a la sociedad: competitividad (que es sólo un eufemismo para ocultar el rostro siniestro de la explotación humana usado tanto por comunistas como por capitalistas), intensificación de la jornada laboral, moderación salarial, movilidad geográfica y funcional, y un largo etcétera de refinadas técnicas psicológicas de deshumanización del trabajo.


Pero políticos y empresarios están en la "nómina" del Sistema y de ellos no cabría haber esperado nada diferente. Más lamentable es el silencio de la sociedad civil. El silencio cómplice de los sindicatos, centrados en la gestión cedida por las empresas de gigantescos fondos de pensiones o en la implementación de cursos de formación(de política oficialista) subvencionados por el Estado; sindicatos inexistentes, en muchas ocasiones, como estamos hartos de verlos. Silencio de los militantes antisistema que, aturdidos por densas nubes de humo de cannabis y decenas de litros de alcohol dedican sus energías a una estéril caza de ectoplasmas para alimentar el mito fundador de su lucha “antifascista”. Silencio de los propios fascistas y/o neofascistas comme il faut, si es que alguno sobrevive, al tiempo o a las seducciones del Sistema, para quienes estaría sonando la hora del desquite con el fracaso técnico de aquellos movimientos políticos de masas del siglo XX (comunismo y liberal-capitalismo) que les robaron a sangre y fuego, bajo huracanes de acero y explosivos, su lugar bajo el sol. Silencio de los ecologistas, en fin, que después de percibir entre los más madrugadores los primeros indicios de alarma ni siquiera han hecho uso de la privilegiada tribuna que les ceden los medios de comunicación internacionales para plantear alternativas políticas globales, contentándose con actuaciones micro centradas en la preservación del hábitat natural de éste u otro bicho concreto en peligro de extinción, o en estupideces como la improbable contaminación de la planta de Botnia.

Todos miramos, con cara de bobos, confiando aún en que los que mandan, que son los mismos que han conducido hasta ésta situación económica insostenible, nos digan que es lo que tenemos que hacer, acongojándonos ante la negra perspectiva de que las cosas vayan todavía a peor.
A fin de cuentas, pensamos, la cosa no ha sido para tanto. Bien mirado, la tensión entre el mercado y el Estado no es más que una fruslería teórica barata que sólo afecta a las insondables mentes de los teoretas. Es cierto, sí, que nuestros impuestos estaban destinados a otra cosa que a salvar la cara de quienes han estado jugando con nuestra confianza: a incrementar los ratios de calidad en la sanidad, en la educación, en la seguridad ciudadana, en las infraestructuras viales. Es cierto, también, que nos han robado a dos manos: una por vía de los ahorros colocados en las grandes operaciones financieras que develará seguramente el próximo gobierno, y otra por vía impositiva (llámese IRPF), pues del bolsillo del contribuyente –y no de una mágica galera– van a salir los costos que van a gastar los Estados para tapar las goteras de los grandes expertos en inversión. Sin embargo, todo lo vivimos con candidez, con una inagotable indulgencia, creyéndo tal vez que es un justo precio por los elevados índices de bienestar y de libertad que el Sistema, graciosamente, nos ha deparado.

Quizás esté contenida en esta imagen la auténtica cuestión que debemos plantear: la necesidad de poner en duda si, en efecto, habitamos el mejor de los mundos posibles. En otras palabras, si éste bienestar y esta libertad merecen en realidad todos los sacrificios que se nos imponen: jornadas inacabables, luchas continuas y diarias para mantener puestos de trabajo, esa sucesión de renuncias elementales para llegar a fin de mes, el dimensionamiento de nuestras familias en función del tamaño de nuestro salario, esa articulación ficticia de la vida a imitación de los ritmos y los rendimientos mecánicos de las máquinas.

¿No se tratará de una contrapartida demasiada elevada para los bienes que recibimos a cambio? Porque, a fuer de sinceros , ¿en qué medida podemos considerarnos hoy individuos verdaderamente libres y prósperos?

Lo que ha pasado hasta ahora es el comienzo de la implosión; sobrevivirá aquel que esté más adaptado a los cambios: la Ley de la Selección Natural de Charles Darwin se cumplirá al pie de la letra....y no será el más ventajero, el que tenga más "viveza criolla": será la o las personas que estén más informadas, los más cultos, los que no le tengan miedo a los cambios y los que estén dispuestos a juagárse a cara o cruz.
Y en éste momento el poema axiomático de Ruyard Kipling debería llamarnos a la reflexión, simple y profunda

Si...

Si guardas en tu puesto la cabeza tranquila

cuando todo a tu lado es cabeza perdida.

Si tienes en tí mismo una fe que te niegan

y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.

Si esperas en tu puesto sin fatiga en la espera;

Si engañado no engañas.

Si no buscas más odio que el odio que te tengan.

Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres.

Si, al hablar, no exageras lo que sabes y quieres.

Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo.

Si piensas y rechazas lo que piensas en vano.

Si tropiezas en el Triunfo, si llega tu Derrota

y a los dos impostores los tratas de igual forma.

Si logras que se sepa la verdad que has hablado

a pesar del sofisma del Orbe encanallado.

Si vuelves al comienzo de la obra perdida,

aunque esta obra sea la de toda tu vida.

Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría

tus ganancias de siempre a la suerte de un día,

y pierdes, y te lanzas de nuevo a la pelea

si decir nada a nadie de lo que es y lo que era.

Si logras que tus nervios y el corazón te asistan

aún después de su fuga de tu cuerpo en fatiga

y se agarren contigo cuando no quede nada,

porque tú lo deseas, y lo quieres y mandas.

Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.

Si marchas junto a reyes con tu paso y tu luz.

Si nadie que te hiera llega a hacerte la herida.

Si todos te reclaman y ninguno te precisa.

Si llenas el minuto inolvidable y cierto

de sesenta segundos que te lleven al cielo...

Todo lo de esta tierra será de tu dominio,

y mucho más aún: serás Hombre, hijo mío




(Sugerencias para responder: decida previamente el lector si prefiere acudir al socorrido recurso de comparar nuestra época con las de grandes penurias del pasado, o si opta por hacerlo con los horizontes de libertad y de bienestar que la creatividad y la imaginación ínsitas en nuestra especie, ponen al alcance de la mano, a condición de empeñarnos en la tarea de diseñar sin hipotecas del pasado nuestro futuro común.)

Hace mucho tiempo que no escribo en el foro, pero la serie de inexactitudes, de desconocimientos elementales de política, filosofía, ética y sobre todo la falta de información que se ha demostrado, me parece vergonzosa.
Se supone que somos un foro de gente con cierto nivel cultural y que puede discutir civilizadamente un hecho que se recordará por siglos.....leo los mensajes y siguen siendo lo de siempre: superfluos.
Piensen, planifiquen, inventen....porque cuando llegue el guadañazo no va a tener piedad.

Alvaro Kröger

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